Homilías en el año litúrgico (BXVI)
Fuente: POR FALTA DE VIGILANCIA. Blog católico Gotitas de Espiritualidad
“LA SABIDURÍA SE HA ACREDITADO POR SUS HIJOS” (Parte II)
Pasemos
de la oración inicial a la lectura y al Evangelio. Ambos están interconectados,
y se ve con claridad la unidad interna entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Hablan del sufrimiento de Dios en la relación con sus criaturas humanas. Dios
sufre. ¿por qué no somete a su criatura con la fuerza de su omnipotencia? En
lugar de esto busca su amor, sale al encuentro de nuestra libertad, pues no le
gustaría lograr nada con violencia; anhela el amor, en concreto el amor
gratuito, y así nos deja la libertad de decir sí o no a su ofrecimiento y a su
invitación al amor. Tristemente ocurre que la criatura ser humano casi siempre
dice no y piensa que decir no es prueba de su libertad. Dios busca al ser humano
de todas las formas posibles; en el Evangelio de hoy el Señor lo hace con una
parábola. Lo intenta por el camino de la severidad, de los mandamientos del
Sinaí, en la época de los profetas, en las palabras de Juan el Bautista. Y el
ser humano responde: “No, soy libre, no acepto el rigor de estos mandamientos,
sigo mi propio camino”.
Dios
lo intenta por el camino de la humildad, de la bondad, con su vida, con el amor
a los seres humanos. ¿Y qué sucede? También aquí el ser humano dice no, se ríe
de este Dios débil que busca su aprobación y se revela como no omnipotente. El
Evangelio nos dice: “Os tocamos la flauta y no habéis bailado; entonamos
lamentaciones y no habéis gemido” (Mt 11,17). El ser humano no se suma a este
juego del amor divino, se opone a él. De ahí la inmensa tristeza y el profundo
dolor de Dios en esta historia.
En
la lectura escuchamos este lamento de Dios: “¡Ah, si hubieras atendido a mis
preceptos! Tu paz habría sido como un río” (Is 48,18). La misma frase aparece
de nuevo en el salmo 81, quizá redactado en la misma época: “Si Israel hubiese
escuchado mis mandatos, los alimentaría con flor de trigo y los saciaría con
miel de la peña” (Sal 81,17).
Y
las mismas palabras regresan como declaración del Señor: “¡Ah, si tú también
hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!” (Lc 19,42). Quizá algunos
de vosotros conocéis en Jerusalén la iglesia del Dominus flevit, que se levantó
en el Monte de los Olivos desde donde Jesús miró hacia la ciudad y dijo: “Si
también tú conocieras el mensaje de paz”. La historia demuestra la verdad de
este lamento de Dios.
El
texto de la lectura procede, como el salmo, posiblemente del tiempo del exilio.
En primer lugar, Jeremías le había dicho con claridad al rey y a todos los
poderosos de Israel: “No entréis en guerra con Babilonia, no os comportéis como
cuando Israel era una de las grandes potencias que podría declararle la guerra
a Babel; no lo hagáis, dejad de pensar en ello. Elegid, por el contrario, estar
con Dios. Guardad la paz y permaneced en este país”. Pero no lo escucharon,
Israel no le hizo caso, y se fue al exilio durante setenta años; parecía haber
desaparecido de la historia.
El
Señor usa la misma advertencia que Jeremías: “No hagáis frente a los romanos
con armas, no creáis que el Señor es un guerrero que os da las fuerzas
militares que no tenéis. Seguid el camino del arrepentimiento, de la fe, del
amor, el camino de la comunidad con Dios, que es el único que puede transformar
el mundo”. Pero nadie escucha, todos actúan como la generación de Jeremías.
Creen en Barrabás y al final está la destrucción de Jerusalén; san Lucas dice
en su Evangelio: “Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el plazo
de los gentiles se cumpla” (Lc 21,24).
Estas
palabras son verdaderas en el presente, en este siglo que vivimos: “¿Por qué no
habéis escuchado?”, podría decirnos el Señor. Habríais podido evitar el
desastre del gobierno comunista que destruyó las almas y el país, habríais
podido evitar ese gran desastre del nacionalsocialismo, que es una permanente
vergüenza para nosotros.
No
han escuchado, Señor. Así vemos cuán cierto es el lamento de Dios, que no es
una descripción del pasado, sino una clara advertencia a nosotros y a nuestra
generación: prestad por fin atención, la causa aún no se ha perdido, escuchad y
seguid al Señor, al Señor de la paz y no al Señor de la guerra.
Estas
son palabras que el Señor dirige a nosotros, la nueva generación, que tiene en
su mano la llave del futuro. Es un grito poderoso: escuchad, no hay ningún
destino inevitable. El ser humano está en libertad de decir sí respecto de un
cambio a mejor. Es nuestro deber escuchar y seguir este camino con coraje,
gritarle esto al mundo, aunque no quiera escuchar; dejar que se escuche al
menos este lamento y este grito del Señor, con todo el peso del pasado, que con
suficiencia conocemos.
(Continúa)
Fuente: Benedicto XVI, El camino de la
vida. Homilías en el año litúrgico. Barcelona, 2019
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