domingo, 4 de diciembre de 2022

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO. Mateo 3, 1-12

 

Juan Bautista, testigo de la Luz. 
Fuente: Alfa y Omega. San Juan Bautista y los fariseos. James Tissot, Museo de Brooklyn, Nueva York

Hoy, segundo domingo de Adviento, se nos recuerda que es un tiempo de esperanza y, por eso mismo, es también tiempo de conversión. A la esperanza va unido el deseo y, al deseo de lo que esperamos, el compromiso para hacerlo posible. Comprometernos en lo que esperamos exige que salgamos de la inercia, de la pereza y del egoísmo. Isaías es, de todos los libros bíblicos, quien más y mejor nos habla de la utopía. El mundo y la sociedad descritos en la primera lectura (Is 11, 1-10) no existen, pero los deseamos y, por ello, los esperamos. Pero es necesario que incorporemos nuestras personas al esfuerzo de hacerlos posibles. El evangelio nos presenta la figura de Juan el Bautista, el precursor del Señor, que invita a la conversión. Obviamente, que el Hijo de Dios asuma la debilidad de nuestra carne es don de Dios. Nosotros no podemos ni conseguirlo, ni siquiera merecerlo, pero es imprescindible nuestra conversión para acogerlo. El Bautista nos invita a convertirnos “porque está cerca el reino”. No dice que nos convirtamos “para que” llegue el reino. Hemos de convertirnos como respuesta al don del reino que Dios nos regala en Jesucristo. El reino llegará con nosotros o sin nosotros. Para que nosotros podamos participar en él, se precisa nuestra conversión.

Fuente: Evangelio Diario en la Compañía de Jesús, 2022

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