SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO Is 40, 1-5.9-11; Mc 1, 1-8
(…)
Dios no nos ha hecho como soñaríamos ni como Karl Marx se lo gritó al mundo; a
saber, que Dios haría desaparecer por encanto el sufrimiento y cambiaría el
sistema, de tal modo que ya no sería necesario ningún consuelo. Esto quiere
decir que nos arrebata nuestra condición humana. Y nosotros lo deseamos en
secreto. Sí, la condición humana nos resulta difícil. Pero si se nos arrebatase
esto, dejaríamos de ser seres humanos y el mundo sería inhumano. Dios no ha
creado así al ser humano. Lo ha hecho más sabio, más difícil en algunos
aspectos y precisamente, por ello, mejor, más divino. No nos ha arrebatado
nuestra condición humana, la comparte con nosotros. Ha entrado en la
soledad del amor devastado como alguien que sufre con otro, como consuelo. Y este
es le modo divino de redención. Precisamente por eso quizá podamos entender
mejor lo que significa la redención desde el punto de vista cristiano; a saber,
no el encantamiento del mundo, tampoco que nos sea arrebatada nuestra condición
humana, sino que somos consolados, que Dios comparte con nosotros el peso de la
vida, que la luz de su sufrir y amar con otros está para siempre entre
nosotros.
Fuente: Misión Cristiana Elim
Isaías dijo: “¡Preparad en el desierto un camino!” (Is 40,3). Juan el Bautista sabe que la hora del gran consuelo está ahí; pero la falta de un camino no está fuera, sino dentro. Lo que nos separa a unos de otros son montañas que están en el corazón, montañas que habría que derribar para que se hiciese el camino. A esto llama Isaías, y presagia además a Aquel que es el camino. Cuando lo deja entrar, el ser humano se transforma de un modo radical. Las montañas y los valles que nos separa a unos de otros desaparecen. Nos da el camino a todos en conjunto, unidos unos con otros.
“¿Dónde estás, consuelo del mundo entero?”. Esto es lo que dice uno de nuestros
más hermosos villancicos, tomado del Antiguo Testamento (Oh, Redentor, rasga
el cielo). Con estas palabras Israel sacudió el corazón de Dios, con estas
palabras sacudimos también nosotros su corazón, para que nos deje sentir su
consuelo. Con estas palabras Él también nos mueve a abrirnos, a que no reclamemos
el mundo encantado, sino que nos volvamos honestos y humanos en su luz, a que
nos abramos al verdadero consuelo, lo dejemos entrar de nuevo en nosotros para
que el mundo se convierta en un mundo verdaderamente de Adviento, consolador.
Vamos
a pedirle que así sea, y en este tiempo de Adviento, pongámonos en camino hacia
allí.
Fuente: Benedicto XVI, El camino de la vida. Homilías en el año litúrgico. Barcelona, 2019
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