viernes, 15 de abril de 2022

VIERNES SANTO


Descendimiento (1236); escultura umbra, Galleria Nazionale dell'Umbria, Perugia (Italia) 
Fuente: jazbec.ijs.si 

Este Cristo (...) parece abrir los brazos para invitarnos a unirnos a Él en la cruz. 
Aquí, el cuerpo de Cristo se inclina hacia nosotros, mientras que sus brazos, desclavados de la cruz y sostenidos por los fieles, se abren como para significar la realización en el altar, 
en cada Misa, de la promesa: 
Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia mí (Jn 12,32).
En el momento de la elevación, el Señor se inclina hacia nosotros, nos abre sus brazos, nos abraza y nos incorpora a la ofrenda que hace de su vida al Padre, a nuestro Padre, para la gloria de Dios y la salvación del mundo. 

La liturgia de hoy nos invita a mirar “el árbol de la cruz, en el que estuvo clavada la salvación del mundo” y acercarnos para adorarla. Si Jesús murió por mis pecados, entonces allí hay algo de mi biografía que debo conocer para descifrar el sentido de mi existencia. El cristiano comprende que sin el signo de la cruz su vida se encuentra desnortada y camina a ciegas.

(…) Quien ha sido inmovilizado en pies y manos me abraza, a mí y a todos los hombres, con nuestras heridas y nuestros pecados, y lo hace con tal fuerza que todo su cuerpo queda marcado por el mal del mundo, cumpliéndose lo anunciado por Isaías: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, con un hombre de dolores, acostumbrado al sufrimiento, ante el cual se ocultaban el rostro, despreciado y desestimado”.  

Sin embargo, allí se manifiesta también el más bello de los hombres. Quisimos reducirlo a la impotencia y nos respondió con el exceso de su amor. (…) Es preciso reconocerse en la cruz. Allí está Jesús que se ha ofrecido por mí. Me descubro como culpable y como redimido; como pecador y como hijo amado. Por eso, contemplando la cruz, nos podemos comprender a nosotros mismos si reconocemos allí el amor infinito de Dios por nosotros.

Al adorar la cruz queremos también acoger la vida nueva que Jesús nos da. Cristo fue a la muerte por nosotros y sus heridas nos han curado (cf. 1 Pe 2,24). También de su corazón traspasado manó sangre y agua, signo de la gracia que se nos comunica en los sacramentos y del don del Espíritu Santo. Por su muerte nos ha venido la vida. Por ello, al mirar la cruz encontramos en ella la escuela en la que queremos formar nuestra vida llevando al mundo el amor que recibimos de Jesús y que nos ha hecho nacer de nuevo.

Aunque somos atraídos por el amor de Jesús, no nos es fácil la perseverancia. Pero, en aquella hora suprema, el Señor nos dejó también a María como Madre. Permanecemos con ella junto a la cruz par que nos enseñe a mirar, para que nos ayude a comprender. Con ella, nos acercamos a adorar la cruz, sin la cual ya no podemos entendernos y queremos que permanezca siempre ante nosotros para no olvidar nunca el amor que Dios nos tiene, para querer amar como Jesús nos ha amado.

David Amado Fernández

Fuente: Magnificat, Semana Santa 2022. Número especial 17

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