Cuando se separó de su madre, Jesús escogió amigos humanos -los doce apóstoles- como si deseara poner en ellos su amistad. Los escogió, dice, para ser no servidores, sino amigos. Los hizo sus confidentes; les confió cosas que no dijo a otros. Quiso favorecerlos, mostrarles toda su generosidad, como un padre hacia sus hijos. Por lo que les reveló, los colmó más que a los reyes, los profetas y los sabios de la Antigua Alianza…
Encontró consuelo en su amistad en la cercanía de su prueba suprema. Se reunió con ellos en la Última Cena, como para ser sostenido por ellos en esta hora solemne. He deseado enormemente comer ésta Pascua con vosotros antes de padecer. Había, pues, entre el Maestro y sus discípulos un intercambio de afecto, una amistad profunda. Pero su voluntad era que sus amigos lo abandonaran, lo dejaran solo, una voluntad verdaderamente digna de adoración. Uno le traicionó; el otro renegó de él; el resto huyó, dejándolo en manos de sus enemigos. Estuvo solo cuando pisó el lagar. Sí, Jesús todopoderoso y bienaventurado, invadido en su alma por la gloria de su naturaleza divina, quiso someter su alma a todas las imperfecciones de nuestra naturaleza. Así como se había regocijado de la amistad de los suyos, aceptó la desolación de su abandono. Y cuando quiso, escogió privarse de la luz de la presencia de Dios.
SAN JOHN
HENRY NEWMAN
Nace en Londres; convertido del anglicanismo,
fue presbítero, cardenal y fundador de una comunidad religiosa (1801-1890)
Fuente: Magnificat, Semana Santa 2022. Numero especial
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