Te atisba el alma en el
ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los
cielos;
y, a zaga del arcano de la
vida,
perfora el caos y sojuzga
el tiempo,
y da contigo, Padre de las
causas,
Motor primero.
Mas el frío conturba en los
abismos
y en los días de Dios amaga
el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita
el alma
y un asidero!
Hombre quisiste hacerme, no
desnuda
inmaterialidad de pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
La palabra es la carne de la idea:
¡encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!
Así: tangible, humano, fraterno.
Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y -Judas sin traición- darte mi beso.
Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Amén.
Himno de Laudes de 28 de septiembre
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