La historia del amor entre Dios y el hombre consiste en el hecho de que esta comunión crece con la comunión de pensamiento y de sentimiento, y así nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí una voluntad extraña cuyos mandamientos se imponen desde el exterior, sino que es mi propia voluntad basada en la experiencia de que, de hecho, Dios me es más íntimo que yo a mí mismo (san Agustín). Es entonces cuando crece el abandono en Dios el cual pasa a ser nuestro gozo.
Así se nos revela posible el amor al prójimo en el sentido definido por la Biblia, por Jesús. Consiste precisamente en el hecho de que, en Dios y con Dios, yo amo también a la persona que no aprecio e incluso que ni tan solo conozco. Esto no se puede dar si no es a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que llega a ser comunión de voluntad y llega a afectar el sentimiento. Es entonces cuando aprendo a mirar a esta otra persona no solamente con mis ojos y mis sentimientos, sino según la perspectivas de Jesucristo: su amigo es mi amigo. Veo con los ojos de Cristo y puedo dar al otro mucho más que las cosas que le son necesarias exteriormente: puedo darle una mirada de amor de la que él tiene necesidad.
BENEDICTO XVI
Papa emérito de la Iglesia católica tras casi 8 años de pontificado (1927-)
Fuente: Magnificat, marzo 2022
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