San Agustín, obispo de Hipona del siglo IV, se convertiría en el teólogo más famoso de la historia de la cristiandad. También son muchos los protestantes que siguen sus enseñanzas, como pone de manifiesto el comentario de Calvino: “Agustín es tan íntegro conmigo, que si quisiera escribir una confesión de mi fe, podría hacerlo con toda plenitud y satisfacción de sus escritos”(1). Sin embargo, en su carta al hereje Manes, san Agustín expuso lo que le mantenía unido a la Iglesia católica.
“La sucesión
de los sacerdotes, desde la misma sede del apóstol Pedro, al que el Señor, tras
su resurrección, le dio como encargo apacentar a su rebaño (Jn 21, 15-17),
hasta el episcopado actual, es lo que me mantiene. Y finalmente, el mismo
nombre de católico que, no sin motivo, pertenece solo a esta Iglesia, frente a
tantos herejes, hasta el punto de que, aunque todos ellos quieran ser llamados “católicos”,
cuando un extraño les pregunta dónde se reúne la Iglesia católica, ninguno de
los herejes se atrevería a señalar a su propia basílica o su casa”(2).
(1) Juan
Calvino, Tratado de la predestinación
eterna de Dios, 38
(2) San Agustín, Réplica a la Carta de Manes llamada “del fundamento”, 4:5.
Fuente:
Trent Horn, Por qué somos católicos. Madrid,
2018.
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