“No te dejes vencer por el mal... Yo he vencido al mundo”
(Rm 12,21; Jn 16,33)
La pérdida de un ser querido, el hundimiento de un amor, las agresiones a nuestra persona física o moral, parecen cuestionar las certezas más elementales. Ante tales heridas y sufrimientos nos sentimos desamparados e impotentes. ¿Podemos seguir creyendo que Dios existe?
El mal es un desorden que trastorna el orden debido; por ejemplo, un accidente de coche provocado por el alcoholismo de un conductor ebrio.
Comprobamos aquí cómo muchos males provienen de un uso malo de nuestra libertad. Pero la libertad es en sí misma un bien, ya que nos permite elegir el bien no en forma automática, sino con conocimiento de causa.
Pero vengamos ahora al caso de un niño que nace enfermo. A primera vista se puede pensar que tal realidad demuestra la inexistencia de un ser perfecto que obra en el mundo. Sin embargo, ¿cómo explicar entonces las innumerables y variadas huellas de una inteligencia superior en el universo?
Por el contrario, si esta inteligencia existe, como es innegable, es de una naturaleza muy superior a nuestro pequeño cerebro.
Hay cosas que nos hunden en el desconcierto. Vemos el mundo como el envés de un tapiz. Solo vemos un barullo incoherente de líneas y colores. Habría que estar en el lugar de quien realiza la tarea para, viéndola al derecho, poder apreciar la armonía de la labor.
La perspectiva de una vida futura y la resurrección de los cuerpos, viene aquí a esclarecer el ejemplo anterior, desdramatizando las circunstancias del niño enfermo. Se trata, en efecto, de su primer nacimiento. Su segundo nacimiento, el definitivo, será cuando resucite después de la muerte.
“Pienso –dice san Pablo- que los sufrimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que ha de manifestarse en nosotros“ (Rm 8,18). Y San Juan, recordando conversaciones con Jesús nos dice: “La mujer, cuando da a luz, está triste porque le ha llegado su hora; pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del sufrimiento por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16,21)
Si el sufrimiento pasajero del inocente nos resulta un misterio, sabemos sin embargo, que Dios mismo cargó con este sufrimiento a Jesucristo. A través del sufrimiento el cristiano se une ya ahora a su Señor, antes del encuentro definitivo en la gloria.
Podemos ilustrar estas reflexiones señalando recientes conversiones, como las de Frossard o de Clavel, y de otras muchas más numerosas al otro lado del telón de acero, donde parece que hoy las personas están descubriendo a Dios algo así como se coge un virus.
Así pues, en la presencia del mal, el no creyente tiene en cuenta solamente una parte de la realidad: la negativa; mientras que el creyente toma en cuenta el todo: lo positivo y lo negativo, orden y desorden, bien y mal.
Fuente: Yves Moreau, Razones para creer (www.gratisdate.org/fr-textos.htm)
Yves Moreau de Montcheuil fue un jesuita, teólogo y filósofo francés fusilado por los nazis en 1944
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