Capitulo i. la vida moral del cristiano
¿Qué diferencia hay entre un creyente y un practicante?
todos conocemos
gente que es creyente y practicante, y otros que son creyentes pero no
practican, y ciertamente no es lo mismo. La verdad es que no resulta fácil de
entender cómo una persona puede ser creyente y no practicante, porque eso
equivale a no ser coherente con las propias convicciones o principios que
deberían guiar su conducta. La gente valiosa adquiere compromisos que luego
cumple aunque le cuesten, y más cuando se trata de cuestiones importantes, como
la religión y la moral. La palabra dada compromete a la persona, lo más valioso
que cada uno es en realidad. Solamente desde la falta de formación, uno se
puede declarar no practicante porque, en realidad, no es creyente de veras, al
menos en el sentido cristiano de la palabra “creer”.
En primer
lugar puede darse esa especie de esquizofrenia cuando alguien no se adhiere de
verdad a Jesucristo, porque creer significa seguirle aceptando toda su vida y
sus enseñanzas, pues de lo contrario no sería discípulo. En segundo lugar y
dependiendo de la total adhesión a Jesús creer significa adherirse a todas las
verdades contenidas en el Credo que proclamamos en comunión con la Iglesia. En
dependencia de esas verdades de salvación admitimos, además, los medios de
santificación que nos permiten cumplir la Voluntad de Dios, como son los
Sacramentos de la gracia recibidos en la comunión eclesial, en unión con el
Papa y los Obispos, y los demás fieles de la Iglesia. Solo de este modo el
católico, y en sentido más amplio el cristiano, puede cumplir los diez
Mandamientos de la Ley de Dios.
otra cosa
distinta es que cueste vivirlos con fidelidad, como cuesta vivir la virtud y
todo lo que vale la pena en la vida todo lo que es coherente con nuestra
vocación de hijos de Dios. Eso lo saben todos los verdaderos creyentes y los
santos han dado ejemplo de humildad para reconocer a la vez su debilidad y el
poder de Dios. Han confiado en los dones de Dios que les da capacidad
sobrehumana para ser testigos fieles de Cristo, para difundir la fe con
heroísmo, y para ser inmensamente alegres en medio del sufrimiento y de la
Cruz. Piensa en algunos de ellos, como san Juan, san Agustín, santo Tomás Moro,
santa Teresa de Lisieux o san Josemaría Escrivá. Y sobre todo, la Santísima
Virgen. Y si quieres mirar a otros que luchan ahora muy cerca de nosotros,
piensa en Juan Pablo II o en la Madre Teresa de Calcuta. En suma, la gracia de
Dios y la correspondencia personal lleva a ser coherentes y practicar lo que
creemos, porque la adhesión a Jesucristo no admite fisuras –no seríamos
discípulos más que de nombre- y Dios cuenta con nuestras debilidades si somos
humildes para regresar siempre como el hijo pródigo.
Fuente:
Jesús Ortiz, Diálogo sobre los
mandamientos. Madrid, 2004.
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