Capitulo i. la vida moral del cristiano
¿La moral cristiana es más perfecta que otras?
Juan Pablo II
ha sido el primer Papa en llegar al Monte Sinaí, la montaña sagrada en la que
Moisés recibió de Dios los diez mandamientos y allí afirmó: “Los Diez
Mandamientos no son la imposición arbitraria de un Señor tiránico. Fueron escritos
en piedra, pero estaban ya escritos en el corazón humano como la base de la ley
moral universal, válida en todo tiempo y lugar”. Al cumplirse los 2.000 años
del cristianismo y en el lugar de su primer anuncio se volvieron a proclamar
los diez mandamientos como una invitación al diálogo entre los seguidores de
las grandes religiones y como único camino para el futuro de la humanidad.
Ciertamente hay que cumplir unas normas y Mandamientos para alcanzar el fin de nuestra vida, de acuerdo con nuestra condición de hombres y mujeres libres, y hechos, además, hijos de Dios por el Bautismo y la vida de comunión en la Iglesia.
Pero el fundamento y razón para cumplir los Mandamientos es la Persona misma de Jesucristo, que es Dios con nosotros. Porque ser cristiano significa, ante todo, adherirse a la Persona de Jesús, para compartir su vida, sus afanes y su destino. Solo Él es el Camino, la Verdad y la Vida en sentido absoluto, y no simplemente como una posibilidad más importante que otras. Cristo es el único Salvador del mundo porque es a la vez Dios y Hombre verdadero. Él es la definitiva esperanza de la humanidad. Los católicos tenemos la suerte de conocerle y tratarle en la Palabra de los Evangelios y en el Pan de la Eucaristía tal como nos lo ofrece la Iglesia.
Otras religiones
buscan a Dios bien a través de sus huellas en la naturaleza creada o bien a
partir de la conciencia y de la sed de verdad y de amor que todos sienten. Sin embargo,
encuentran muchas dificultades a causa de las deformaciones y errores en que
han incurrido los hombres durante la historia; además, todos arrastran el
pecado original y sus consecuencias que debilitan la inteligencia en la
búsqueda de la verdad religiosa y moral, y también la voluntad para hacer el
bien. Por eso, fuera del cristianismo se encuentran elementos de verdad y de
bien que pueden conducir a Dios (cfr. Vaticano II, LG, 16), pero esas otras
religiones van de abajo a arriba, del hombre a Dios, aunque el Espíritu Santo
puede impulsarles por caminos desconocidos. Por todo ello, la religiosidad
humana y las religiones históricas que no conocen la Revelación cristiana
necesitan ser purificadas para llegar hasta el verdadero Dios y darle el debido
culto. De modo que los cristianos tenemos que agradecer la fe recibida,
custodiarla y difundirla con mucho afán apostólico. Es una grave responsabilidad
que tenemos.
Fuente:
Jesús Ortiz, Diálogo sobre los
mandamientos. Madrid, 2004.
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