La En las últimas semanas del Año Litúrgico se nos recuerda una enseñanza del Credo: que Jesús ha de volver en gloria para juzgar a vivos y muertos (...). Dicha certeza sostiene en quehacer diario. La fe en el advenimiento de Cristo nos lleva a querer vivir según sus enseñanzas, a ponernos cada día en sus manos dejándonos transformar por Él. San Pablo corrige a los cristianos de Tesalónica que, pensando que el Señor iba a volver enseguida, habían dejado de trabajar (...)
La enseñanza de Jesús sobre
el Templo también nos recuerda este aspecto. (…) Jesús anuncia que no quedará piedra
sobre piedra (del Templo), algo terrible para un judío piadoso. Para nosotros,
su destrucción es figura de aquellos momentos de especial oscuridad en los que
uno puede pensar que Dios ha retirado su mirada sobre el mundo. Muchos cristianos
a lo largo de la historia han vivido esa experiencia. Es un momento para
purificar la fe. La tentación de ir tras una solución aparente es fuerte, pero hay
que permanecer en la fidelidad a Jesucristo y pedir a Dios que nos conceda esa
austeridad en la fe que nos permite perseverar incluso cuando lo sensible se debilita
y los signos externos palidecen.
El padre Le Guillou
señalaba que, aunque no es fácil mantenerse en la dificultad, también eso se
puede educar, contando siempre con la ayuda de Dios. Decía: “Es necesario que tengáis el coraje de
consagrar algunos instantes al Señor en cada jornada, en pura pérdida de
vosotros mismos, porque Él nos ama y nosotros lo amamos.” Podemos privilegiar los
momentos de oración, también cuando no sentimos nada, poner en manos de Dios
nuestras limitaciones y reafirmar nuestra esperanza en las contrariedades,
sobrellevar con paciencia los disgustos…
La liturgia de estos
días nos lleva a profundizar en ese abandono a que nos invita Jesús y que, también
en caso de persecución, implica no querer preparar la defensa. Cuando corresponda,
Jesús nos inspirará las palabras y la sabiduría necesaria. Es un desprotegerse
para afianzarse. La imagen del Templo aparece de nuevo porque no era en el edificio
donde había que colocar la esperanza, sino en Dios, del que era signo el
Templo. Y eso es así continuamente. Ocurre que podemos buscar la seguridad en
lo aparente y en lo que podemos cuantificar. Dios también se vale de lo que se
desvanece para poder aparecer en todo su esplendor. Por ello, las ocasiones de
crisis son la mayor parte de las veces oportunidad de purificación.
En un sentido
espiritual, san Ambrosio señalaba cuál era el templo que ha de mantenerse y la
manera de contribuir a su sostenimiento: “También
hay un templo en cada uno de nosotros que se desmorona si falla la fe; especialmente
cuando pronunciamos con falsedad el nombre de Cristo mientras interiormente le
negamos nuestro amor”.
David
Amado Fernández
Fuente:
Magnificat, noviembre 2022
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