sábado, 19 de noviembre de 2022

CRISTO REY: PRESENTÁNDOSE

 

SEAMOS COMO EL LADRÓN QUE ROBÓ EL CIELO… PERO   NO LO DEJEMOS PARA EL ÚLTIMO DÍA

2 Sam 5,1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43

Hay personas que sólo se acogen a Dios en la cruz del dolor o al final de sus días: sólo entonces valoran su poder y acuden a su misericordia.                                                                                                                                        ¡Qué bueno que a Dios no le importa esperar y nos ama igual, sea que nos acerquemos a Él por amor o conveniencia!

No esperemos el dolor; aprovechemos cada día para sentir el amor de Dios y disfrutar de verdad, lo que somos y tenemos.

Fuente: maletií antiguo cuero. catawiki


PRESENTÁNDOSE

Un párroco estaba dando un recorrido por su iglesia al mediodía, reflexionando si debía dejar la iglesia abierta a esas horas pues él pensaba que nunca había nadie.

En ese momento se abrió la puerta y entró un hombre. El sacerdote frunció el entrecejo al ver al hombre acercarse al altar por el pasillo; el hombre estaba sin afeitarse desde hacía varios días, vestía un pantalón rasgado y un abrigo gastado cuyos bordes se habían comenzado a deshilachar y cargaba una sospechosa maletita.

El hombre miró al sacerdote, se arrodilló, inclino la cabeza sólo unos momentos, luego se levantó y se fue.

Durante los siguientes días el mismo hombre, siempre al mediodía, entraba en la iglesia cargando la maletita, se arrodillaba muy brevemente y luego volvía a salir.

El sacerdote, un poco temeroso, empezó a sospechar que se trataba de un ladrón que esperaba una distracción para llevarse algo en su maletita, por lo que al día siguiente se puso en la puerta de la Iglesia y cuando el hombre iba a entrar, le preguntó:

-             - ¿Qué buscas aquí?

El hombre le dijo que trabajaba cerca pero que tenía solo media hora libre para comer todos los días, y queriendo aprovecharla para pasar un momentito por la iglesia a rezar, comía en el camino lo que traía en su maletita.

-             - Por eso sólo me quedo unos instantes, sabe, porque tengo que volver a la fábrica. Así que me arrodillo y digo: “Señor, sólo vine nuevamente para contarte lo feliz que soy por saber que siempre me perdonas mis pecados… No sé rezar muy bien, pero sabes que pienso en Ti todos los días… Jesús, soy Juan presentándome”.

El sacerdote, sintiéndose avergonzado de haber desconfiado de él, animó a Juan a seguir viniendo, que era bienvenido en la iglesia cuando quisiera.

Ese día, cuando Juan salió, el sacerdote se arrodilló humildemente ante el altar, sintió derretirse su corazón con el gran calor del amor de Dios y con lágrimas en los ojos repitió la plegaria de Juan:

-             - Solo quiero decirte, Señor, cuán feliz estoy. Gracias por ayudarme a encontrarte a través de mis semejantes y comprender que siempre perdonas mis pecados … No sé muy bien cómo rezar, pero quiero pensar en Ti todos los días… Así que Jesús, aquí estoy presentándome.

Pasado algún tiempo, un día el sacerdote notó que el viejo Juan no había venido a la iglesia para rezar. Y los siguientes días tampoco apareció, por lo que el párroco comenzó a preguntarse qué le habría pasado.

Decidió ir a la fábrica cercana a preguntar por él. Allí le dijeron que Juan estaba muy enfermo en el hospital y que los médicos estaban muy preocupados por su estado.

El sacerdote fue al hospital y se enteró que, desde que Juan estaba ahí, había contagiado a muchos con su alegría y su paz. Las enfermeras no podían entender por qué Juan estaba tan feliz, ya que nunca había recibido ni flores, ni tarjetas, ni visitas.

Mientras el sacerdote se acercaba al lecho de Juan, una de ellas le dijo:

-             - Antes de usted, nadie ha venido a visitarlo.

El viejo Juan intervino y, con una sonrisa, dijo:

-          - La enfermera está equivocada, padre, pero no de mala fe; es que ella no sabe que, desde que llegué aquí, todos los días a mediodía, un querido amigo viene, se sienta conmigo en la cama, se inclina sobre mí y me dice: “Hola Juan, sólo vine para decirte lo feliz que soy desde que encontré tu amistad y me dejaste liberarte de tus pecados. Siempre me gustó oír tus plegarias, pienso en ti cada día… Juan, soy Jesús, presentándome”.

Fuente: “Los cuentos de mis homilías”, Alejandro Illescas Molina. EDIBESA 

Fuente: “Los cuentos de mis homilías”, Alejandro Illescas Molina. EDIBESA

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