Motivos por los que San Isidro Labrador se convirtió en un santo madrileño y universal
Hace 400 años fue canonizado por Gregorio XV. La devoción por él comenzó cuando los vecinos hallaron su cuerpo incorrupto.
«Hoy el papa ha canonizado a cuatro españoles y a un
santo». Este fue el comentario que corría por las calles de Roma aquel 12 de
marzo de 1622 cuando Gregorio XV canonizaba a San Isidro Labrador,
Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y a San
Felipe Neri.
Aquel
acontecimiento fue excepcional por varios motivos. Primero, porque era la
primera vez que se canonizaba a varios siervos de Dios en la misma
celebración. Segundo, porque España, reino al que pertenecían cuatro de
los cinco canonizados, estaba todavía inmersa en la guerra de los Treinta Años, con
lo que esta celebración podía comprenderse como una forma de reforzar la
alianza entre la monarquía española y el papado. Y tercero, ponía de manifiesto
el predominio español frente a una Francia emergente que, bajo el control del
todopoderoso cardenal Richelieu, pretendía arrebatar a la corona española el
poder hegemónico en Europa.
En la España y
en la Iglesia de aquella época, las figuras de Santa Teresa de Jesús, San
Ignacio de Loyola y San Francisco Javier tenían una gran relevancia. La primera
había sido nombrada unos años antes patrona de España. El segundo de los nuevos
santos era el fundador de una orden que ya entonces tenía gran influencia en la
Iglesia. El tercero era reconocido como el gran misionero que había llevado el
evangelio a los confines del mundo. Pero ¿por qué incluir entre estos santos de
tanto prestigio a un labrador madrileño, pobre y sencillo?
Fue el
ayuntamiento de Madrid quien, a finales del siglo XVI, promovió con mucho
interés la canonización de Isidro Labrador. Años antes, Felipe II había hecho
de esta Villa situada en el centro de la Península, capital
del reino de España. En consecuencia, era necesario que la nueva sede de la
monarquía española tuviera un santo propio.
Sin embargo, la
devoción a San Isidro Labrador había comenzado años después de su muerte. Según
nos cuenta el relato más antiguo sobre su vida, el llamado Códice de Juan
diácono, el santo pidió, en una visión, que su cuerpo fuera trasladado
al interior de la iglesia de San Andrés. Los vecinos fueron entonces
al cementerio cercano a la iglesia donde estaba enterrado Isidro y encontraron
su cuerpo incorrupto. Cuando fue introducido en el templo, las campanas
empezaron a sonar sin que nadie las tocara.
Este mismo
Códice cuenta que, después de ser colocado en un lugar central de la
iglesia, muchos lisiados, enfermos, tullidos fueron al lugar donde
había estado enterrado el santo y pasaron la tierra del sepulcro por
los miembros enfermos, curándose milagrosamente.
A estos
milagros, atribuidos a San Isidro después de su muerte, se suman otros que
distintos relatos aseguran que fueron hechos por el santo madrileño. Entre
estos, tenemos el milagro de la fuente narrado por Alonso de Villegas. Según
este autor de finales del siglo XVI, el amo de San Isidro fue donde éste estaba
trabajando y le pidió agua. El santo señaló con el dedo un lugar donde
había una fuente. El amo acudió a ese sitio, pero no encontró agua por lo que
pensó que Isidro se había burlado de él. El santo entonces golpeó la
tierra diciendo: «Aquí había agua cuándo Dios quería», y al momento brotó un
manantial. Según Villegas la mujer de Carlos V, Isabel de Portugal, mandó
construir en ese lugar la conocida como ermita del santo donde
está la fuente milagrosa.
Otro de los
hechos extraordinarios que se narran habitualmente sobre san Isidro es el
conocido como milagro de los bueyes. Según cuentan las distintas leyendas y
biografías, San Isidro tenía arrendadas unas tierras a un propietario quien
además le proporcionaba los bueyes para arar, los aperos de labranza y
protección. A cambio, el santo debía entregar una parte de las ganancias.
Unos vecinos
denuncian a Isidro porque muy de mañana se iba a visitar las iglesias de Madrid
«so pretexto de rezar en ellas», y no regresaba hasta avanzado el día, por lo
que no cumplía, según los acusadores, con sus obligaciones. El dueño de las
tierras quiso comprobar la verdad de las acusaciones. Se levantó temprano y fue
al campo donde debía estar Isidro trabajando. Efectivamente comprobó que
llegaba tarde y le reprochó su negligencia. Entonces se produce el
milagro. Aquel hombre ve con sorpresa como dos yugadas de bueyes blancos están
arando sin intervención de mano humana.
A partir de
aquí las distintas biografías dan versiones muy variadas sobre los hechos.
Mientras unos afirman que San Isidro iba a misa por la mañana y visitaba las
iglesias, otros nos dicen que Isidro oraba en ese mismo lugar mientras que unos
ángeles labraban la tierra.
Todos los
milagros que se atribuyen a San Isidro nos cuentan que aquel hombre era pobre
pero tremendamente generoso con los pobres, hasta el punto de renunciar a su
propia comida para darla a los que menos tenían. Aseguran que era un cristiano
de una fe profunda que le llevó a una confianza absoluta en Dios. Y que era un
labrador que sabía vivir con lo justo. La sencillez, la generosidad, la
humildad de San Isidro y la conciencia que tenía el pueblo de Madrid de que
aquel hombre era uno de ellos, hizo que la devoción al santo calara entre los madrileños.
En San Isidro,
el pueblo descubrió que no hacía falta ser alguien con determinadas
capacidades, o ser el fundador de una gran orden religiosa para ser relevante,
para ser santo. En él encuentran a «un santo de la puerta de al lado»,
en palabras del papa Francisco, porque San Isidro es uno de sus vecinos,
alguien común que es santo, que hace milagros, es decir, alguien normal
y corriente a quien Dios escucha. Y su condición de labrador también ha
hecho que la gente del campo acuda a su intercesión en tiempo de sequía para
que caiga la lluvia, porque este santo conoce sus necesidades y sabe los
problemas que conlleva la falta de agua.
Un hombre pobre, sencillo, humilde, trabajador, buen cristiano y padre de familia son las características que han hecho de San Isidro un santo popular, no solo madrileño y para los madrileños, sino un santo internacional.
El 15 de mayo se celebra su festividad.
Autor: Andrés Martínez Esteban es profesor y director del Archivo Diocesano
https://www.larazon.es/madrid/20220514/bhwy7myczrdyplybbmkijlmocq.html
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