Hoy celebramos la memoria de los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de la Bienaventurada Virgen María, "Servitas", reconocida por la Santa Sede en 1304.
El “Día de Yahveh” o “Juicio de las naciones”, como se denomina a la segunda venida de Cristo a la tierra en las Sagradas Escrituras, recordará el devastador hecho registrado en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial. La Iglesia evoca desde entonces, un episodio documentado por historiadores y médicos, conocido desde entonces como “el milagro de Hiroshima”.
Sucedió el 6 de agosto de 1945, durante la fiesta de la Transfiguración de Jesús, cuando cuatro sacerdotes jesuitas alemanes sobrevivieron milagrosamente al demoledor impacto de la bomba lanzada sobre Hiroshima.
Los jesuitas Hugo Lassalle, superior de la orden en Japón, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik se encontraban en el momento de la explosión en el interior de la casa parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, cuya construcción se mantuvo en pie. Uno de los sacerdotes celebraba la Eucaristía en aquel preciso instante. El padre Cieslik anotó en su “Diario” que sólo sufrieron heridas leves como consecuencia de la rotura de algunos cristales, pero ninguno de ellos por causa de la energía atómica liberada por la bomba.
Los médicos que los atendieron poco después les advirtieron, como es natural, que la exposición a la radiación les causaría lesiones graves de por vida, e incluso la muerte prematura. Pero el pronóstico jamás se cumplió. Ninguno de los cuatro jesuitas desarrolló trastorno alguno. De hecho, más de treinta años después de la escabechina, en la que perdieron la vida aquel día alrededor de 70.000 personas en Hiroshima, además de las miles de víctimas afectadas posteriormente por la radiación, cifradas en unas 200.000 hasta 1950, el padre Schiffer acudió al Congreso Eucarístico de Filadelfia (Estados Unidos) y confirmó que los cuatro jesuitas estaban aún vivos y sin ninguna dolencia.
Examinados por decenas de médicos distintos en más de doscientas ocasiones a lo largo de los años, no se encontró en sus organismos rastro alguno de la radiación. Los cuatro religiosos nunca dudaron de que habían gozado de la protección divina y de la intercesión de la Virgen: “Vivíamos el mensaje de Fátima y rezábamos juntos el Rosario todos los días”, explicaron. Y es que los milagros, por el mero hecho de serlo, jamás pueden contemplarse a la exclusiva luz de la ciencia.
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/historia/20221127/tve2aikqfnbmzpco53csbkzqea.html (4.2.2024)
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