Hoy celebramos que la Virgen María ha sido asunta al cielo en cuerpo y alma. Esta fiesta nos invita, en medio de las dificultades del mundo, a elevar nuestra mirada hacia lo alto. El Apocalipsis describe cómo al designio misericordioso de Dios, representado en la mujer -que puede simbolizar a la Madre del Mesías, al pueblo de Israel e incluso a la misma Iglesia-, se oponen las fuerzas del mal, que aparecen en la figura del dragón. La figura de la mujer evoca bondad, belleza y paz. El dragón, por el contrario, sugiere desorden, fuerza despótica y terror.
Son muchas
las situaciones en las que podemos identificarnos con la visión el Apocalipsis;
entonces, hay que recordar que la victoria, por el poder de Dios, es para la
mujer, a pesar de su aparente indefensión. Por eso hoy, al contemplar a María
junto a su Hijo en la gloria del cielo, nos llenamos de alegría. La Virgen es
para nosotros signo de esperanza y en ella encontramos fuerza y consuelo. En ocasiones
puede parecer que va a triunfa el mal en el mundo, pero Dios no abandona a los
que ponen en Él su confianza.
Esa mirada
a lo alto no nos aparta de nuestros compromisos en la tierra. Por el contrario,
nos hace más conscientes de nuestra responsabilidad y nos invita a vivir en
constante apertura a la gracia. Así nos lo descubre el texto del Evangelio, que
trata de la visitación de la Virgen a su prima Isabel. La alegría de la que
María goza plenamente en el cielo empezó a vivirla en la tierra. Señal de esa alegría
auténtica, que se arraiga en el amor y lo expresa, es el salto de Juan en el seno
de su madre. La alegría de María es estar con Dios (...)
Fuente: David Amado Fernández. Magnificat,
agosto 2022
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