Os saludo cordialmente, con afecto y cercanía, en el Señor, el Buen Pastor, e invocando la intercesión del Apóstol Santiago, en este Año Santo apenas iniciado.
Cuando Dios nos llama, por medio de la
Iglesia, a servir al Pueblo de Dios, uno no puede menos que sentir que la tarea
encomendada excede las capacidades personales y que nadie está preparado cuando
se le confía una responsabilidad así. Por eso, ante todo, agradezco al Señor
que, por medio del Papa Francisco, haya confiado en mí para ejercer el
ministerio episcopal al servicio de la Iglesia en Santiago de Compostela y del
Arzobispo que la preside como pastor, Don Julián Barrio Barrio. Llego a
vosotros tras casi 28 años como presbítero de la Iglesia en Ourense, una
diócesis de larga y secular historia, en la que nací y crecí en la fe como
cristiano y sacerdote. Fui aprendiendo de sus fieles y de cada una de las
parroquias en las que ejercí el ministerio sacerdotal, de mis hermanos en el
Presbiterio, de las comunidades de vida consagrada, de tantos laicos en los que
he reconocido un servicio generoso a la Iglesia, de un pueblo de Dios sencillo
y hondo en su fe, vivida y celebrada de un modo tan rico y diverso. Y un
agradecimiento especial, al Obispo de esta Iglesia ourensana, Don Leonardo
Lemos Montanet, con el que he colaborado en su ministerio pastoral como Vicario
Episcopal para la Nueva Evangelización.
En estas circunstancias, soy muy
consciente de mis debilidades y limitaciones. Son momentos para ejercer la
confianza en Dios, y descubrir con gozo que Él nos da su gracia cuando nos
llama a servir con más entrega al Pueblo de Dios.
Sois una Iglesia en la que convergen,
desde hace siglos, caminos de peregrinación que llevan hasta la Puerta Santa y
conducen a la tumba de Santiago el Zebedeo. Pero también son muchos los caminos
que recorren la vida de la Archidiócesis de Santiago de Compostela y que tendréis
que enseñarme a descubrir y conocer. Los caminos que transitan a través de
vuestras comunidades parroquiales, que vuestros sacerdotes recorren con
generosidad y esfuerzo: desde las dispersas parroquias del mundo rural, hoy tan
afectado por la despoblación y el olvido, hasta las presentes a lo largo de la
costa, donde el mar acaricia a sus gentes en medio de importantes retos y
dificultades; sin olvidarme de los núcleos urbanos de Santiago de Compostela, A
Coruña y Pontevedra, de rica historia y abundante vida eclesial. Y también
aquellos otros caminos que son los Seminarios Diocesanos, los grupos y
movimientos de apostolado seglar, las comunidades de vida consagrada, la acción
de Cáritas y sus voluntarios. Sin olvidar a nadie, todos y cada uno de los
caminos que atraviesan, con sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias (cf.
GS 1), la vida de cada uno de vosotros, de vuestras familias y, especialmente,
de los que más sufren a consecuencia de la crisis sanitaria y social que
estamos viviendo en estos momentos.
Desde hace casi un año, vivimos una
situación dramática provocada por la irrupción de la pandemia del COVID-19. Ha
cambiado nuestras vidas y modo de relacionarnos, ha provocado dolor y
sufrimiento en muchas personas, familias y colectivos sociales, ha modificado
el modo de celebrar y vivir la fe, ha generado una ola de solidaridad con los
más afectados, ha mostrado un esfuerzo notable y generoso del personal
sanitario, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, de las autoridades
civiles y sanitarias, de tantos hombres y mujeres que, con su trabajo, hacen
posible que se mantengan los servicios esenciales en nuestra sociedad. Y de
tantos sacerdotes, religiosos y laicos que sois el rostro visible y concreto de
una Iglesia en salida, con estilo samaritano, hacia nuestros hermanos más
necesitados. Ante esta situación, como cristianos, en palabras del Papa
Francisco, caminemos en esperanza por las semillas de bien que Dios sigue
derramando en la humanidad y asumamos que, ante este reto y siempre, nadie se
salva solo (cf. Fratelli tutti 54-55).
Un cordial y afectuoso saludo a todas las
autoridades civiles, políticas, académicas, judiciales, militares y a los
agentes sociales, así como a tantos hombres y mujeres de buena voluntad,
creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, con el deseo de trabajar
juntos, desde el respeto y el diálogo, en favor del bien común de las gentes y
pueblos de la Archidiócesis de Santiago de Compostela.
Abierta la Puerta Santa del Año Jubilar
Compostelano, encomiendo el ministerio, al que he sido llamado para serviros,
al apóstol Santiago, a María nuestra Madre en sus advocaciones del Rosario, del
Portal y de la Peregrina, y a San José, Patrono de la Iglesia Universal, en
este año a él dedicado.
Que Dios os bendiga.
Francisco José Prieto Fernández
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