«Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los
cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre
él. Y vino una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco”» (Mt 3,14). Dice san Juan Pablo II que «la
predicación de Juan concluía la larga preparación, que había recorrido toda la
Antigua Alianza y, se podría decir, toda la historia humana, narrada por las
Sagradas Escrituras. Juan sentía la grandeza de aquel momento decisivo, que
interpretaba como el inicio de una nueva creación, en la que descubría la
presencia del Espíritu que aleteaba por encima de la primera creación (cf. Jn
1,32; Gn 1,2). Él sabía y confesaba que era un simple heraldo, precursor y
ministro de Aquel que habría de venir a “bautizar con Espíritu Santo”»
San Juan Pablo II, Audiencia general, 11-VII-1990.
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