Este año, en la Vigilia Pascual escuchamos el relato de san Marcos, que habla de las mujeres que acuden de madrugada para embalsamar el cuerpo de Jesús. Primero les sobreviene la sorpresa de encontrar la tumba abierta; luego, al entrar en el sepulcro y ver a un joven vestido de blanco, “quedaron aterradas” y salieron huyendo, “pues estaban temblando y fuera de sí” y, “del miedo que tenían”, no dijeron nada a nadie.
Es un texto sorprendente porque, aunque proclama la resurrección
de Jesús, en ningún momento se hace referencia a la alegría; únicamente vemos pavor y
desconcierto. Sólo después, como nos narran otros evangelios, cuando se
encontraron personalmente con Jesús resucitado, es cuando empezaron a entender qué significaba
“la resurrección” y a experimentar la alegría.
Los diferentes relatos de las apariciones
de Jesús a sus discípulos muestran ese proceso en que la estupefacción, e
incluso la duda y el miedo, se entremezclan con la alegría.
En otros momentos se nos dice que los
discípulos no entendían lo que habían anunciado las Escrituras y que Jesús les
descubrió su sentido. El que ha resucitado es el mismo que se hizo hombre para nuestra
salvación y que se ofreció en la cruz por nosotros: no podemos separar su
resurrección de su vida terrena ni de su muerte. Se hizo hombre para ser camino para nosotros.
Ahora sabemos que, pasar por el Calvario nos conduce hacia Dios y que, para
seguirlo, hemos de penetrarnos de lo que nos enseña en los evangelios e
intentar vivirlo.
Permaneciendo fieles, aquellas mujeres pasaron del pasmo a la alegría más profunda. Del mismo modo, que también nosotros podamos experimentar la alegría de descubrir el poder de Dios; la alegría de conocer que, por Él, podemos vivir liberados del pecado y así, entrar en la profundidad de su Amor.
Nunca olvidemos que Jesús ha resucitado
y sigue siempre cerca de nosotros.
(Cf) P. David Amado Fernández
Fuente: Magnificat. Semana Santa 2024
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