martes, 4 de septiembre de 2012

Examen sobre el divorcio




José Román Flecha Andrés


“En el formulario de entrada a los Estados Unidos ha escrito usted que no viene por negocios. ¿Cuál es el objeto de su viaje?” El oficial de Inmigración me mira fijamente. Tiene rasgos orientales. Le explico que vengo como profesor invitado por la Arquidiócesis de los Ángeles y que ya tengo billete de regreso. Me dice que ya se ha dado cuenta de que soy un sacerdote católico y me cree.

Pero le interesa saber qué viene a explicar un profesor en California. Respondo que vengo al Instituto de Pastoral y Evangelización para impartir dos cursos sobre la familia. Creí que eso bastaría. O que tal vez me pediría la carta de invitación como ha ocurrido en otras ocasiones precedentes.

Pero no. Esta vez el oficial me dirige una pregunta directa: “Por qué cree usted que hay tantos divorcios?” Tengo que confesar que cometí un error grave, muy grave en una situación como ésta. Le pregunto cuál es su opinión y me responde muy secamente: “Yo hago las preguntas; usted es el profesional”.



Tomo aliento y trato de poner por orden algunas convicciones personales. Le digo que hemos glorificado la libertad de elección. Precisamente así es como la han llamado y exaltado en inglés: “Freedom of choice”. Se piensa que la libertad de elección justifica casi todas las acciones y omisiones. Es como si la libertad de elección fuera suficiente para definir el bien y el mal. Ese lema se ha empleado para justificar el aborto. Y, por supuesto, también el divorcio.

Pero se olvida que los valores morales éticos son anteriores a la decisión libre de la persona. Se olvida también que la persona no está sola. A cada decisión libre del individuo siguen otras consecuencias personales y sociales que resultan difíciles de prevenir y controlar. Esa dinámica nos ha llevado a subrayar la importancia de los derechos individuales, olvidando los deberes sociales.

El oficial no ha apartado la vista de mis ojos. No ha sonreído al comprobar mis dificultades para expresarme en inglés. Y pronuncia una sola frase para decirme: “Estoy totalmente de acuerdo”. Estampa el sello en mi pasaporte y me desea buena estancia en los Estados Unidos.


No quisiera olvidar esta entrevista. En breves minutos he tenido que resumir varias de las lecciones que he impartido durante tantos años. Pero no he tenido que improvisar nada. No he inventado algo distinto a lo que pienso. Mi pregunta al oficial fue tan sólo un truco subconsciente para superar mi nerviosismo del momento.

Seguramente ha sido éste uno de sus momentos cumbre de la existencia, en los que uno está llamado a establecer un diálogo intercultural e interreligioso. Un momento en el que es preciso dar testimonio de las propias convicciones, apoyándose solamente en la fuerza de la razón y en la sabiduría que nos presta la experiencia. Un momento tan importante como el de la defensa de la tesis doctoral. El examen más serio sobre el divorcio.

José-Román Flecha Andrés.

Este artículo fue publicado en el Diario de León el 4 de agosto de 2012.