No, no somos nosotros los que debemos brillar, sino que es Dios quien debe hacerlo. No son nuestras acciones las que cuentan, sino lo que Dios realiza a través de nosotros.
Jim Carrey, el actor canadiense, nacionalizado norteamericano, no deja indiferente a ninguno: o lo adoran o no lo soportan. Excéntrico, su carrera cinematográfica se ha enfocado a la comedia, teniendo actuaciones memorables como su participación en Ace Ventura o en El Show de Truman, entre otras. Pues justamente ha sido este actor al que he tenido rondando en mi mente estos últimos días. Y no porque haya visto alguna de sus películas, sino por un video que, accidentalmente, se me cruzó en el camino.
Me refiero a una parte del homenaje que la AFI (American Film Institute) le dio a Meryl Streep por la trayectoria de su carrera; un premio, por lo demás, merecidísimo. A lo largo del evento, diversas personalidades tomaron el podio para alabar la carrera de la camaleónica actriz. Pero fue Jim Carrey el que arrasó con su personalidad omnipresente.
De toda su presentación, que ahora les comparto, es el final lo que más me impactó: ahí apareció el verdadero Jim, no el actor.
En medio del discurso dijo dirigiéndose a un sacerdote:
“Que Dios te bendiga, como tú nos has bendecido y como Él nos ha bendecido a través de ti”. ¿Puede haber un elogio más grande? Y se me ha ocurrido que si alguna vez un sacerdote quisiera buscar un halago de las personas -que, por favor, ni se les ocurra- digo yo que éste debería ser el camino: tu presencia nos ha bendecido, porque Dios nos ha bendecido a través de ti.
No, no somos nosotros los que debemos brillar, sino que es Dios quien debe hacerlo. No son nuestras acciones las que cuentan, sino lo que Dios realiza a través de nosotros. Porque el sacerdote es Otro Cristo, no un embajador de su ego ante los hombres. Y, por lo mismo, en la medida en que refleje a Cristo a los demás es como cumplirá mejor su misión en este mundo.
Y lo que se dice del sacerdote también se debe afirmar de cualquier cristiano, aunque sólo sea análogamente. Su presencia en el mundo no debe ser indiferente. El testimonio de su vida está llamado a ser una bendición para los demás.
Sí, Dios habla como Él quiere y nos bendice a través de caminos insospechados. Y si no me creen, miren sólo esto: ha sido gracias a Jim Carrey que hoy puedo, aunque sólo sea un poquito, valorar un poco más mi sacerdocio.
P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.