16. EL ALTAR (I)
Altar románico. Fuente: Palenciaturismo
El
altar cristiano es elemento más importante en la iglesia y el más relevante del
presbiterio. De la misma forma que el Santo sacrificio de la Misa es el centro
y cima de la liturgia, así lo es el lugar donde se ofrece ese sacrificio: el
altar. Así como la Eucaristía es el corazón del Cuerpo místico, el altar lo es
de la iglesia material.
En este sentido, hay que recordar la definición de altar (del latín altare, de altus, "elevación") como la de una estructura consagrada al culto religioso, sobre el cual se hacen ofrendas o sacrificios. En algunas civilizaciones antiguas, para designar un altar de piedra, se utilizaba el término ara (plural, aras). La más conocida de ellas es el Ara Pacis de la Roma Imperial.
Ya
desde el antiguo Testamento se construían altares para los sacrificios a Yahvé;
el cristianismo primitivo los adoptó para la celebración de la santa Misa;
hasta el siglo III debieron utilizarse como altar mesas de madera más o menos
trabajada (aunque no exclusivamente) que se podían desplazar para los oficios;
llegado dicho siglo, si no antes y sin abandonar del todo los usos originales,
se constituyeron los arcosolios o sepulcros de mártires insignes cuya tapa
servía de mesa, que se situaba bajo un arco o bovedilla en un nicho decorado.
Es
a partir del siglo IV cuando los altares empiezan a colocarse en
el ábside del
templo y en el s. VI se impone definitivamente la piedra, pues simboliza a
Cristo como roca viva; esta sustitución obligó a la modificación de varios
presbiterios en algunas basílicas. Hacia el siglo XII el altar permanece
inamovible. El altar es el corazón del templo: representa a Cristo, es la mesa
de su sacrificio y también, del banquete celestial para quienes caminamos hacia
la eternidad; por eso se lo besa y se inciensa.
Conviene
que en todas las iglesias exista un altar fijo y que sea de piedra natural,
porque así se significa más claramente a Cristo, que es la “Piedra viva”,
tradición que se remonta al menos hasta el siglo IV.
En
ocasiones, la Misa puede celebrarse fuera de un lugar sagrado, pero nunca sin
un altar o, al menos, una piedra que sirva como tal.
Los
altares móviles sólo se bendicen; los fijos, que se construyen unidos al suelo,
se dedican por el obispo quien, en el momento de dedicarlos vierte el Crisma
sobre ellos. Antes era obligatorio colocar dentro del altar la reliquia de un
santo o mártir, pero ahora es potestativo.
Durante
la celebración eucarística, el centro del altar lo utiliza exclusivamente el
presbítero (obispo o sacerdote), porque es ahí donde se realiza el memorial de
Cristo, la Eucaristía; por eso nunca debe situarse ni el diácono, ni el acólito,
ni el laico.
El
altar es, simultáneamente, el ara donde se realiza sacramentalmente el único
sacrificio de Cristo en la cruz, y la Mesa del Señor en torno a la cual se
congrega el Pueblo de Dios para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El
altar es, pues, ara y mesa a la vez, centro de nuestra celebración,
punto de referencia y principio de unidad, pues es el centro de toda la
liturgia eucarística.
Fuentes: (Cf) Curso de Liturgia.
(Cf) Pedro Sergio Antonio Donoso Beant
https://es.wikipedia.org/wiki/Altar
(30.5.2023)
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