En contraste
con los que no creen en Él, Jesús se llena de gozo por los que le aceptan, la
gente sencilla y humilde, que no confía en su propia sabiduría, que no se
estiman a sí mismos por prudentes y sabios. El pasaje se ha denominado en
alguna ocasión la joya de los Evangelios sinópticos, porque recoge la oración de Jesús,
que llama Padre a Dios, porque se nos presenta como el que conoce a Dios y que
todo lo ha recibido de Él, y porque es quien nos lo revela a los hombres si lo
recibimos con humildad.
Estas palabras son
una bella oración y un testimonio de los sentimientos más profundos de Jesús: “Su
conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón, su adhesión al
querer del Padre, que fue un eco del “Fiat” de su Madre en el momento de su
concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de
Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al “misterio de la
voluntad” del Padre.
El “yugo” era
una palabra que se utilizaba para referirse a la Ley de Moisés que, con el paso
del tiempo, se había sobrecargado de minuciosas prácticas insoportables y, a cambio,
no daba la paz del corazón. El Señor había anunciado para los tiempos futuros
una nueva época de restauración, en la que iba a atraer a sus fieles “con
vínculos de afecto…, con lazos de amor”, y Jesús, con la imagen de su yugo y su carga
ligera, se presenta como esa nueva iniciativa de Dios: “Cualquier otra carga te
oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga
tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas,
parece que le alivias el peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más
le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso;
restitúyele el peso de sus alas y verás como vuela”.
Jesús es
también “manso y humilde de corazón”. Con esta expresión, que sirve de elogio en
las bienaventuranzas, se designa en el Antiguo Testamento a la persona paciente,
que desiste de la cólera y del enojo, y que pone su confianza en Dios. Al presentarse
así, Jesús une sus exigencias a su Persona: “¡Gracias, Jesús mío!, porque has
querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama
hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con
los caminos de los hombres y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta
heroicamente al deber y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres
y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos…-¡Gracias, Jesús
mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!”.
Fuente: Sagrada
Biblia. Ed. EUNSA. Pamplona, 2008.
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