RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA EL 3 DE ENERO DE 2018
El acto penitencial
Continuando con los ritos introductorios de la Misa el
Papa dijo que iba a comentar el acto
penitencial que se hace al empezar. Este rito nos dispone para celebrar
dignamente los santos misterios, al reconocer que somos pecadores. Comentó que solo quien admite sus errores y pide
perdón recibe la comprensión y el perdón de los otros. Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que
nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que nuestras
palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas, guiadas por elecciones
contrarias al Evangelio. Por eso, al principio de la misa, rezamos el “Yo
confieso”, pronunciado así en primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los hermanos
«que ha pecado en pensamiento, palabras, obra y omisión». Se detuvo luego
el Papa a comentar los pecados de omisión pues -dijo- es necesario elegir hacer
el bien aprovechando las ocasiones para dar buen testimonio de que somos
discípulos de Jesús y que no basta con omitir el mal. El pecado corta siempre,
separa, divide.
Las palabras que
decimos con la boca están acompañadas del gesto de golpearse el pecho, reconociendo que he pecado precisamente por mi
culpa, y no por la de otros. Sucede a menudo que, por miedo o vergüenza,
señalamos con el dedo para acusar a otros. Cuesta admitir ser culpables, pero nos hace bien confesarlo con sinceridad.
Los domingos puede hacerse en este momento la
aspersión con agua bendita, que recuerda el Bautismo, sacramento que borra
todos los pecados. La Sagrada escritura
nos ofrece luminosos ejemplos de figuras «penitentes» que, volviendo a sí
mismos después de haber cometido el pecado, encuentran la valentía de quitar la
máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón. Pensemos en el rey David. Pensemos en el hijo pródigo que vuelve donde su
padre; o en la invocación del publicano: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que
soy pecador!» (Lucas 18, 13). Pensemos también en san Pedro, en Zaqueo, en
la mujer samaritana. Esta
experiencia de pedir perdón nos abre el corazón a invocar la misericordia
divina que transforma y convierte. Y esto es lo que hacemos en el acto
penitencial al principio de la misa.
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