miércoles, 29 de febrero de 2012

Via Crucis: 11ª estación



Undécima Estación

Jesús muere en la cruz

«Jesús, cla­mando con voz po­tente, dijo: “Padre, a tus manos en­co­miendo mi es­pí­ritu”. Y, dicho esto, ex­piró» (Lc 23, 46).
«Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le que­braron las piernas» (Jn 19, 33).
Era sá­bado, el día de la pre­pa­ra­ción para la fiesta de la Pascua. Pilatos au­to­rizó que les que­braran las piernas para ace­le­rarles la muerte y no que­daran col­gados du­rante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un sol­dado, para ase­gu­rarse, le tras­pasó el co­razón con una lanza. Así se cum­plieron las Escrituras: No le que­brarán ni un hueso.
El sol se os­cu­reció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es mo­mento sa­grado de con­tem­pla­ción. Es mo­mento de ado­ra­ción, de si­tuarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, ma­cha­cado, tri­tu­rado, col­gado…, pa­gando el precio de nues­tras mal­dades, de mis maldades…
Señor, pequé, ¡ten mi­se­ri­cordia de mí, pe­cador! Amén.
Jesús muere por mí. Jesús me al­canza la mi­se­ri­cordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él?
Ante el drama de tantas per­sonas cru­ci­fi­cadas por di­fe­rentes dis­ca­pa­ci­dades, ¿lucho por ex­tender y pro­clamar la dig­nidad de la per­sona y el Evangelio de la vida?

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