Undécima Estación
Jesús muere en la cruz
«Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 46).
«Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas» (Jn 19, 33).
Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. Pilatos autorizó que les quebraran las piernas para acelerarles la muerte y no quedaran colgados durante la fiesta. Jesús ya había muerto, y un soldado, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron las Escrituras: No le quebrarán ni un hueso.
El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra… Es momento sagrado de contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado…, pagando el precio de nuestras maldades, de mis maldades…
Señor, pequé, ¡ten misericordia de mí, pecador! Amén.
Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él?
Ante el drama de tantas personas crucificadas por diferentes discapacidades, ¿lucho por extender y proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida?
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