jueves, 14 de enero de 2010

El año jubilar compostelano


Según la tradición, Santiago fue el apóstol que, oídas las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”, predicaría en las tierras más lejanas de entre las conocidas de aquel tiempo: el finisterre galaico.

En Palestina, Herodes Agripa lo condena a muerte por decapitación en el año 44 de nuestra era. Siguiendo la tradición, dos de los discípulos de Santiago, Atanasio y Teodoro, recogieron su cuerpo y su cabeza, y los trasladaron hasta Galicia, arribando su embarcación a Iria Flavia (Padrón). Tras varias vicisitudes es enterrado en un bosque conocido como Libredón.

Tras ocho siglos olvidada, la tumba de Santiago y sus discípulos fue encontrada por un ermitaño, de nombre Pelayo, entre el 820 y el 830, en el citado bosque en la diócesis de Iria Flavia, la más occidental del Reino de Asturias. El hecho fue verificado por el obispo Teodomiro, quien lo puso en conocimiento del rey Alfonso II; éste acude rápidamente desde Oviedo para visitar el lugar y constatar la milagrosa revelación. Por orden de aquel rey se edificó una modesta iglesia sobre la tumba dedicada al culto a Santiago. La segunda basílica apostólica que la monarquía levantó en Compostela fue consagrada por Alfonso III en el 899. El santuario pasa a ser capital diocesana en perjuicio de Iria Flavia.

Desde el 25 de julio de 1122 cada vez que el día de Santiago cae en domingo se celebra, en Compostela, año santo y jubilar. Así lo dispuso el Papa de entonces, Calixto II. Medio siglo después, el Papa Alejandro III, en 1179, le confirió carácter de perpetuidad a esta gracia jubilar. Desde entonces, el año jubilar compostelano se repite en secuencias de 11, 6, 5 y 6 años y vuelta a comenzar. Cada siglo hay catorce años jubilares.

La veneración de las reliquias del Apóstol Santiago centra toda la historia y tradición jacobea. La esencia del año santo compostelano es, pues, la veneración de la tumba del primer Apóstol que bebió el cáliz del Señor Jesús.

El camino de Santiago se convertirá así en símbolo y metáfora de la condición cristiana y humana. La búsqueda del perdón de Dios por los pecados cometidos y la necesidad de la reconciliación configuran también la entraña del Jacobeo que está lucrado por la Iglesia con indulgencia plenaria. La Indulgencia consiste en esto: cuando alguien comete un pecado y se arrepiente, Dios le perdona, pero le queda algo pendiente. Esa obligación o deuda que nos queda pendiente puede eliminarse total o parcialmente mediante la práctica o la lucración de Indulgencias.

Para ganar el jubileo compostelano se necesitan cuatro requisitos: visitar la catedral y la tumba del Apóstol; rezar por las intenciones del Papa; y quince días antes o después de la peregrinación a la catedral, confesarse y comulgar. A estos cuatro requisitos, bueno sería añadir, fiel al espíritu de la tradición de la Iglesia, otro: una obra de caridad.

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