miércoles, 2 de octubre de 2019

Catequesis Teología del cuerpo (VIII)


8. La libertad del don

 

Los sacramentos son signos visibles de la gracia de Dios. El hombre se constituye en un sacramento primordial, al ser signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad, el misterio de la verdad, del amor y de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. El sacramento, como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto «cuerpo», ya que el cuerpo es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. 

 

*El cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como el resto de la naturaleza, sino que incluye desde «el principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de expresar el amor a través del cual la persona se convierte en don y -mediante este don- realiza el sentido mismo de su ser y existir. La conciencia del don condiciona, en este caso, «el sacramento del cuerpo»*. 

 

*La comprensión del significado esponsalicio del cuerpo es indispensable para conocer quién es el hombre y quién debe ser, y por lo tanto cómo debería actuar. Esto es cosa esencial para el porvenir del ethos humano. Con esta conciencia del significado del propio cuerpo, el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo como sujeto de verdad y de amor, como sujeto de santidad*.

 

El Génesis 2, 24 constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el matrimonio: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne». El varón y la mujer, antes de convertirse en marido y esposa (en concreto hablará de ello a continuación el Gen 4, 1) surgen del misterio de la creación ante todo como hermano y hermana en la misma humanidad. La comprensión del significado esponsalicio del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de la libertad de don.

 

*La libertad, entendida aquí sobre todo como autodominio, es indispensable para que el hombre pueda «darse a sí mismo», para que pueda convertirse en don*, para que (refiriéndonos a las palabras del Concilio) pueda «encontrar su propia plenitud» a través de «un don sincero de sí». Esta libertad es la que hace posible el sentido «esponsalicio» del cuerpo que consiste en que el hombre acoge a la mujer «por sí misma», tal como ha sido constituida en el misterio de la imagen de Dios y recíprocamente, ella le acoge del mismo modo. La narración del Génesis 2, 25, nos permite deducir que el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo precisamente con esta conciencia del significado del propio cuerpo.

 

El significado esponsalicio del cuerpo, por un lado, indica una particular capacidad de expresar el amor, en el que el hombre se convierte en don; por otro, la capacidad de vivir el hecho de que *ambos son alguien a quien el Creador ha querido «por sí mismo», es decir, único e irrepetible: alguien elegido por el Amor eterno. La revelación y el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo explican la felicidad originaria del hombre y, al mismo tiempo, abren la perspectiva de su historia terrena, en la que el hombre no dejará de conferir un significado esponsalicio al propio cuerpo. Aun cuando este significado sufre y sufrirá múltiples deformaciones, siempre permanecerá el nivel más profundo. La conciencia del significado «esponsalicio» del cuerpo constituye el componente fundamental de la existencia humana en el mundo*.

 

La rectitud de intención en el intercambio del don consiste en una recíproca «aceptación» del otro, con lo cual la donación mutua crea la comunión de las personas. Cada uno es «dado» al otro como sujeto único e irrepetible, como «yo», como persona.  Lo contrario de la aceptación del otro ser humano como don sería una reducción del otro a «objeto para mí mismo» lo cual testimonia el derrumbamiento interior de la inocencia en la experiencia recíproca.

 

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

 

*Reflexión*: ¿Cómo debo actuar, respecto a mi cuerpo, para ser signo visible de Dios en el mundo? ¿La donación que se hace al otro en la relación sexual puede ser completa si esta no se extiende a otras esferas de la vida? ¿Puedo hablar de libertad del don si no tengo pureza de corazón y rectitud de intención?

No hay comentarios: