7. La desnudez
originaria
Las palabras que
describen la unidad e indisolubilidad del matrimonio van seguidas por «Estaban
ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello» (Gen 2,
25).
Las experiencias
humanas originarias (inocencia, soledad, unidad y desnudez), pertenecen a la
«prehistoria teológica» del hombre, pero su importancia radica en que están
siempre en la raíz de toda experiencia humana. La experiencia del cuerpo en los
textos bíblicos citados, se encuentra al inicio de toda la experiencia
«histórica» sucesiva del hombre. La «revelación del cuerpo» como expresión de
la persona, nos ayuda de algún modo a descubrir lo extraordinario de lo que es
ordinario.
La frase, según la
cual los primeros seres humanos, varón y mujer, «estaban desnudos» y sin
embargo «no se avergonzaban de ello», describe indudablemente su estado de
conciencia y su experiencia recíproca, en la desnudez, de la feminidad y de la
masculinidad. Al afirmar que «no se avergonzaban de ello» el autor trata de describir
esta experiencia con la máxima precisión que le es posible. Estas palabras
hablan de la intimidad de la comunicación recíproca en toda su radical
sencillez y pureza. *A esta plenitud de percepción «exterior», expresada
mediante la desnudez física, corresponde la plenitud «interior» de la visión
del hombre según la medida de la «imagen de Dios» (Gen 1, 17)*. Según este
pasaje, el varón y la mujer se ven a sí mismos con la visión del mismo Creador,
de la que habla varias veces la narración: «Y vio Dios ser muy bueno cuanto
había hecho» (Gen 1, 31). *A través de la «desnudez» como bien originario del
Creador, se manifiesta el valor «puro» del cuerpo y del sexo*.
Sin embargo, después
de algunos versículos, escribe el mismo autor: «Abriéronse los ojos de ambos, y
entonces viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se
hicieron unos cinturones» (Gen 3, 7). El adverbio «entonces» indica una nueva
situación que sigue a la ruptura de la primera Alianza; a la desilusión de la
prueba unida al *árbol de la ciencia del bien y del mal, que constituía la
primera prueba de «obediencia», esto es, de escucha de la Palabra en toda su
verdad y de aceptación del Amor, según la plenitud de las exigencias de la
Voluntad creadora*. Esta situación nueva implica una experiencia del cuerpo
nueva, de modo que no se puede decir más: «Estaban desnudos, pero no se
avergonzaban de ello». La expresión «se dieron cuenta de que estaban
desnudos» hace referencia a un cambio radical del significado de la desnudez originaria
del uno frente al otro que surge como fruto del árbol de la ciencia del bien y
del mal: «¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido del
árbol de que te prohibí comer?» (Gen 3, 11). *Este cambio se refiere
directamente a la experiencia del significado del propio cuerpo frente al
Creador y a las criaturas*.
Es significativo que
la afirmación encerrada en el Génesis 2, 25, acerca de la desnudez
recíprocamente libre de vergüenza, sea una enunciación única en su género
dentro de toda la Biblia. ¿Qué es la vergüenza y cómo explicar su ausencia en
el estado de inocencia originaria de la creación del hombre? Se trata de una
real no presencia de la vergüenza, y no de una carencia de ella o de un
subdesarrollo de la misma. Por lo tanto, el texto del Génesis 2, 25 excluye
decididamente la posibilidad de pensar en una «falta de vergüenza», o sea, la
impudicia, o que se la explique mediante la analogía con algunas experiencias
humanas positivas, como las de la edad infantil o las de la vida de los pueblos
primitivos. Estas analogías no sólo son insuficientes, sino que pueden ser
además engañosas. *Las palabras del Génesis 2, 25 «sin avergonzarse de ello»
sirven para indicar una especial plenitud de conciencia y de experiencia, la
plenitud de comprensión del significado del cuerpo*.
La aparición de la
vergüenza, y especialmente del pudor sexual, está vinculada con la pérdida de
esa plenitud originaria. *Con el pudor el ser humano manifiesta casi
«instintivamente» la necesidad de la aceptación por parte del otro de este «yo»
en su justo valor*. Se puede decir, pues, que el pudor es una experiencia
compleja en el sentido que, como alejando un ser humano del otro, al mismo
tiempo busca su cercanía personal, creándoles una base y un nivel idóneos para
relacionarse. El análisis del pudor indica lo profundamente que está arraigado
en las relaciones mutuas, lo exactamente que expresa las reglas esenciales de
la «comunión de las personas» y lo profundamente que toca la dimensión de la
«soledad» originaria del hombre.
Fuente: Tomado de
Teología del Cuerpo de Juan Pablo II
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