¿Cómo leer la Biblia?
Nos responde el
Papa Francisco en Evangelii gaudium
(nn. 152-153).
Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor
nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo
que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de
Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve.
Esta lectura orante de la Biblia no está separada
del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje central del
texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice
ese mismo mensaje a la propia vida.
La lectura
espiritual de un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará decir a
ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias
decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa
confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).
En la presencia de
Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo:
«Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué
esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me
agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me
atrae?». Cuando uno intenta escuchar al
Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es simplemente sentirse molesto o
abrumado y cerrarse; otra tentación muy común es comenzar a pensar lo que el
texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida.
También sucede que uno comienza a buscar excusas
que le permitan diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces pensamos
que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no estamos todavía en
condiciones de tomar.
Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su
encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente que el
Padre Dios, que nadie comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso
más, pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino
que la hace posible. Simplemente quiere
que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras
ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos
a Él lo que todavía no podemos lograr.
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