El Papa el 31 de enero de 2018 dedicó la catequesis a
hablar de la Liturgia de la Palabra,
que es una parte constitutiva de la Misa porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios ha hecho y pretende
hacer todavía por nosotros. Es una experiencia que tiene lugar «en directo»
y no por oídas.
Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia —la
primera lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio— debemos escuchar, abrir el corazón,
porque es Dios mismo que nos habla y no pensar en otras cosas o hablar de otras
cosas.
Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos
habla e interpela para que escuchemos con fe. Es muy importante escuchar. Es
necesario estar en silencio y escuchar
la Palabra de Dios. No os olvidéis de esto. En la misa, cuando empiezan las
lecturas, escuchamos la Palabra de Dios. ¡Necesitamos escucharlo!
Hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la
«mesa» que el Señor dispone para alimentar nuestra vida espiritual. Esta mesa
se basa en gran medida en los tesoros de la Biblia, tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el misterio de Cristo.
Deseo recordar también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es
favorecer la meditación de lo que escuchado en la primera lectura. Está bien
que el Salmo sea resaltado con el canto, al menos en la antífona.
Es el Señor que nos
habla. Sustituir esa
Palabra con otras cosas empobrece y compromete el diálogo entre Dios y su
pueblo en oración. Al contrario, [se pide] la dignidad del ambón y el uso del
Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y salmistas.
La Palabra de Dios
hace un camino dentro de nosotros. La escuchamos con las oídos y pasa al corazón; no permanece en los oídos,
debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es
el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las
manos. Aprendamos estas cosas.
¡Gracias!
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