El Papa Francisco ha publicado un
importante documento titulado «Gaudete et
exsultate» («Alegraos y Regocijaos»),
que es una exhortación apostólica sobre la vocación a la santidad. Las palabras
que inician el documento «Alegraos y regocijaos» fueron dirigidas por Jesús a
aquellos que, a través de la historia, son perseguidos y humillados por
seguirle a Él, por tratar de vivir el plan de santidad que nos propone en el
Evangelio.
Esta llamada universal a la santidad ha
sido recordada con interés por el Concilio Vaticano II en la constitución
dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia. Todos los fieles cristianos, de
cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de
salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección
de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre Dios.
TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD
No pensemos, por tanto, que esta llamada
a la santidad es referida sólo a aquellos que han merecido ser canonizados o
beatificados por la Iglesia y hoy son venerados como tales y festejados
solemnemente por la comunidad cristiana.
«Para ser santos no es necesario ser
obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos …. Todos estamos llamados a ser
santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones
de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado?
Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y
ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo hizo con la Iglesia. ¿Eres
un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al
servicio de los hermanos … ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando
conpaciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando
por el bien común y renunciando a tus intereses personales».
El tema de la santidad no es nuevo y en
la Sagrada Escritura hay muchas alusiones a ella, como la apelación de Jesús a
ser perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt. 5, 48).
PREDICAR, SOBRE TODO, CON EL TESTIMONIO
Cuando recorremos la historia de la
Iglesia, encontramos, ya desde sus comienzos, que fue la presencia de los
grandes santos que hoy están en los altares y la multitud de los santos
anónimos los que ayudaron a la Iglesia a superar las diversas crisis por las que
ha pasado. Es interesante ver cómo el martirio de miles de cristianos en los
primeros tiempos fue semilla de una vida cristiana renovada y fecunda. Y esto
se repitió en otros momentos históricos hasta nuestros días. Y en el momento en
que vivimos, a principios del siglo XXI, diríamos que urge especialmente la
santidad en la vida de la Iglesia.
Hoy la humanidad y la cultura
contemporánea ya no escuchan a los predicadores sino sólo a los testigos.
Quieren ver cristianos que, con su vida ejemplar, sean testigos de esa fe que
profesan. Pero no olvidemos que esta importante condición de testigos es fruto
inherente a la santidad.
Artículo publicado en
Pobo de Deus, número 821
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