El reto estará siempre de frente a la Iglesia. Las palabras irán cambiando, el contenido de la Fe permanecerá siempre el mismo, porque, la Encarnación de Dios, la realidad viva de Jesucristo Hijo de Dios hecho hombre, será siempre tan lejana al “signo”, al “lenguaje” de los tiempos, ahora, como lo fue hace dos mil años, como lo será dentro de otros dos mil años.
«Queridos jóvenes amigos: cuando pongáis el Niño Jesús en la gruta o en la cabaña, ofreced una oración por el Papa y por sus intenciones. ¡Gracias!»
Esta es la petición que Benedicto XVI ha dirigido a unos 2000 niños reunidos este pasado domingo en la plaza de San Pedro. Una antigua tradición romana reúne muchas familias el tercer domingo de Adviento en esta famosa plaza. Los niños muestran al Papa las imágenes del Niño Jesús que ocuparan su lugar en las cunas de los belenes. El Papa bendice a los niños, a las familias, y a las imágenes del ‘Niño Jesús’.
En su libro-entrevista Luz del Mundo, Benedicto XVI respondiendo a la cuestión de cómo ha de ser la respuesta de la Iglesia, a los “signos de los tiempos”, dice:
«Creo que nuestra gran tarea ahora, después de que se han aclarado algunas cuestiones fundamentales, consiste ante todo en sacar nuevamente a la luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial. Por eso, creo yo, hoy debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios».
Tengo la impresión, y no es de ahora y tampoco única, que la Iglesia está siempre respondiendo a los “signos de los tiempos”; unas veces la entenderán mejor, otras entenderán peor sus palabras. No faltan análisis que intentan descubrir la respuesta sociológica adecuada para que la “nueva evangelización” germine y dé fruto; para encontrar el lenguaje más apto para hacer llegar la luz de Cristo a la mente del hombre occidental moderno.
Ya lo experimentó san Pablo en el discurso a los atenienses. Mientras sus palabras hablaban de un Dios que se mantenía fuera del hombre, en la inmensidad del Cielo, aun en su misión creadora, los atenienses permanecían atentos.
Cuando san Pablo habla de un Dios que se ha encarnado, que ha muerto, que ha resucitado, dejan de prestarle atención. Dos, tres personas siguieron atentos a las palabras de Pablo, y recibieron la Fe.
Estamos ya a las puertas de la Navidad. Los discursos sobre la pobreza de Belén; sobre el cariño y el afecto que provoca un recién nacido algo desvalido; serán comprendidos y hasta provocarán emociones en unos y en otros, irán acompañados por las afirmaciones netas de la Divinidad de Cristo, de que Quien nace verdaderamente es el Hijo de Dios; y nace de María Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo.
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