Si en tu buzón aparecen Christmas aderezados con hojitas de acebo, bosques nevados y cervatillos de mirada lánguida, no te alarmes; aunque no hablen para nada del nacimiento de Jesús, te aseguro que se acerca la Navidad. Y si recibes archivos con música new age y más cervatillos, sé comprensivo: la cursilería, como la gripe del pollo, es contagiosa y universal.
Aunque prediquen que esta fiesta, en el
fondo, es sólo un homenaje al invierno y a la escarcha, y nos digan que hemos
de cantar villancicos a la naturaleza y al milagro del turrón y del champagne;
aunque pretendan que amemos a los osos y a los abetos, y las luces de las
ciudades se llenen de palabras esterilizadas, sin contaminaciones religiosas;
aunque inventen plegarias dirigidas a Papá Noel (y a mamá Noel, por supuesto),
y los veamos llegar vestidos de rojo, arrastrados por las borrascas del Norte
con un cortejo de renos, avefrías y bolitas de colores; aunque embalen en
naftalina la imagen del Niño Jesús…, ten confianza: volverá la Navidad.
Aunque no haya nieve en la sierra ni
terminen de llenarse los embalses este año; con cambio climático o sin él, es
cuestión de días: vendrá la Navidad.
Aunque ahora sean los mercaderes
quienes empuñen el látigo y traten de vengarse de Jesucristo expulsándolo de su
templo; aunque el Maestro haya desaparecido ya de las escuelas, del Parlamento,
de la Universidad, de los quirófanos y de las UCI de los hospitales; aunque
desinfecten las aulas para que no queden gérmenes cristianos en los pupitres ni
en los babies de los niños, a pesar de los pesares, volverá la Navidad.
Aunque secularicen los belenes y los
hagan inofensivos; aunque quieran sustituir a María, a José y al Niño por una
metáfora cutre que exprese paz, tolerancia, democracia y vitamina C, al menos,
digo yo, respetarán al buey y a la mula, y podremos ponernos a su lado para
recordar que el Niño ha venido como todos los diciembres. Y no lograrán
ahuyentar a los ángeles, que estos días revolotean sobre nosotros buscando
corazones para poner el Nacimiento.
Tendremos una gran Nochebuena si dejamos que
Jesús nazca. Él anda buscando una cueva, un pesebre honrado y un poco de buena
voluntad. Los demás elementos del belén –la estrella, los ángeles, los Magos–
corren de su cuenta. Mira a ver cómo tienes el establo de tu alma. Tal vez
sirva todavía, aunque este año haya albergado a demasiadas bestias y parásitos,
y parezca una pocilga. No trates de decorarlo ni de ponerle ambientador. Una
mano de estropajo con el detergente infalible de la penitencia bastaría para el
caso.
Mira también a los Sagrarios de las
iglesias vecinas. ¿Te parecen más ricos que la Cueva de Belén? Jesús está allí
de verdad, pero me temo que sigue solo. ¿Echará de menos al borrico y al buey?
Luego, echa una ojeada a tu alrededor:
los inmigrantes. Los tenemos de todos los géneros: blancos, tostados y negros;
gigantescos y pequeños; legales e ilegales; honrados, como José y María, y
delincuentes como Herodes; con papeles y sin papeles; con buenas y con malas
intenciones. Llegaron de todos los rincones del Planeta: en patera o en avión,
qué más da. Algunos viajaron en el seno de su madre, como Jesús; otros, se
diría que han dejado el camello en el parking de la esquina. Pero lo malo es que
la posada sigue estando abarrotada, y cuesta compartir nuestras indigestiones,
aunque sea Nochebuena.
De nosotros depende que al día
siguiente sea Navidad.
Tomado de: Enrique Monasterio, Un Safari en mi pasillo, Ed. Palabra, Madrid 2006.
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