Queridos diocesanos:
En estos momentos de incertidumbre que estamos viviendo, quiero hacer una llamada a la esperanza que nos hace mirar con confianza al futuro que siempre está en manos de Dios. Escribía san Juan Pablo II: “En el programa del Reino de Dios el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo”.
La providencia de Dios no es ajena a cuanto nos pasa. Como dice el salmista “en las manos del Señor están mis azares”. San Pablo escribió a los romanos: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. La serenidad, la responsabilidad y el espíritu fraterno expresado en la caridad nos ayudarán a superar esta crisis en la que nos vemos por causa del coronavirus que está haciendo cambiar nuestros estilos de vida. Es esperanzador pensar que “la luz del amor divino descansa precisamente sobre las personas que sufren, en las que el esplendor de la creación se ha oscurecido exteriormente; porque ellas de modo particular son semejantes a Cristo crucificado”. En esta encrucijada en que tenemos el riesgo de infravalorar la condición humana por la fragilidad que manifiesta recordamos la grandeza del hombre. Traemos a nuestra memoria las palabras del salmista: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies” (Ps 8). Pero es posible que nos hayamos escondido de Dios. Sería esta la ocasión de responder a la pregunta que nos hace como le hizo a Adán: ¿Dónde estás? Tal vez estamos pretendiendo ser como Dios y en circunstancias como las que vivimos, descubramos nuestra desnudez. Sería muy bueno ir al encuentro de Dios que a la hora de la brisa viene a hablar con nosotros en medio de nuestros agobios en este camino cuaresmal.
La modernidad ha aliado al individuo a un proceso productivo a costa del proceso afectivo y del proceso espiritual, relegados éstos a un segundo plano. Tal vez podamos descubrir ahora la posibilidad de nuevas presencias y de relaciones interpersonales. Pido a todos los diocesanos unirnos en oración de manera especial en estos días, rezando juntos el Santo Rosario a las ocho de la tarde desde nuestros hogares que ahora más que nunca han de redescubrirse como iglesia doméstica. No podemos ser testigos mudos del sufrimiento sino testigos de caridad, ofreciendo nuestra colaboración y viviendo en comunión con los demás.
Que el Apóstol Santiago y nuestra Madre la Virgen María nos acompañen. Unido en oración con todos vosotros, os saludo con afecto y bendigo en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
Arzobispo de Santiago de Compostela.
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