La celebración de la fiesta del Bautismo del Señor nos lleva año
tras año a pensar en la importancia de nuestro propio bautismo, que no
es el bautismo “de” Jesús por parte de Juan el Batista, sino el bautismo “en
Jesús” por parte de la Iglesia.
Y pensar en nuestro propio bautismo significa para la Iglesia
repensar la catequesis. Antes de ese hecho empezó un proceso para poder
recibir los sacramentos: el bautismo, la confirmación y por primera vez la
eucaristía. A este proceso lo ha llamado catequesis que significa “resonar”:
el resonar de la Palabra de Dios en el corazón de quien aprende desde cero a
vivir la vida cristiana.
Pero del mismo modo que los bautizados en agua
por Juan Bautista no tenían conciencia de la novedad que él les anunciaba, hoy
en día en las sociedades post-cristianas como la nuestra, la mayoría de los
bautizados no tienen conciencia suficiente del valor de su bautismo, y cuando
vienen a la catequesis para completar el proceso de su iniciación cristiana -que se
supone han comenzado en familia-, pasan a ser catecúmenos pero sin haber
experimentado previamente esa fascinación por Cristo ni la conversión a su
persona. Por eso la catequesis hoy no es sólo iniciación cristiana, como antaño,
sino despertar religioso, provocación cristiana, y primer anuncio del
Evangelio, que los pueda llevar, antes de aprender por aprender, a tener
una experiencia gratificante de Dios y un deseo de convertirse a Él.
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