2. *La inocencia
originaria del hombre*
El texto del Génesis
que estamos analizando está escrito en lenguaje mítico que es el modo de
expresarse de la época sin embargo el término «mito» no designa un contenido
fabuloso, sino un modo arcaico de expresar un contenido más profundo es por
esto que en esta narración antigua, descubrimos sin dificultad, el contenido,
maravilloso de las verdades que allí se encierran.
Cuando Cristo nos
habla del «principio» no sólo se refiere al misterio de la creación, sino
también a la primitiva inocencia del hombre y al pecado original. El Génesis 3
comienza con la narración de la primera caída del hombre y de la mujer,
vinculada al árbol que ya antes ha sido llamado «árbol de la ciencia del bien y
del mal» (Gen 2, 17). Este árbol, como símbolo de la alianza con Dios, rota en
el corazón del hombre, delimita dos situaciones diametralmente opuestas: la
situación de la inocencia original y la del pecado original.
La inocencia
originaria parece referirse ante todo al estado interior del ser humano, de la
voluntad humana, e implica la conciencia. En cierto sentido, se entiende como
rectitud originaria. El pecado original por su parte significa estado de gracia
perdida, la gracia de la inocencia original.
*La caída marca la
diferencia esencial entre el estado de pecado del hombre y su inocencia
original. Sin embargo, Cristo en su conversación con los fariseos, cuando se
refiere al «principio» ordena, en cierto sentido, sobrepasar el límite que hay
entre ambas situaciones del hombre. No aprueba lo que «por dureza del corazón»
permitió Moisés, y se remite a las palabras de la primera disposición divina,
«lo que Dios ha unido no lo separe el hombre» que están asociadas al estado de
inocencia original del hombre. Esto significa que esta disposición no ha
perdido su vigencia, aunque el hombre haya perdido la inocencia primitiva. La
respuesta de Cristo es decisiva y sin equívocos. Por eso debemos sacar de ella
las conclusiones normativas, que tienen un significado esencial no sólo para la
ética, sino sobre todo para la teología del hombre y para la teología del
cuerpo que se establece sobre el fundamento de la palabra de Dios que se
revela.
El estado de pecado
forma parte del «hombre histórico», del de la época de Jesús y del de hoy,
mientras que la inocencia original proviene de ser creado «a imagen de Dios».
En estas reflexiones hablaremos tanto de ese hombre «histórico», como de su
«principio» y «prehistoria teológica». La prehistoria teológica del hombre, es
en cierto sentido, «ahistórica», es decir cuando nos referimos al estado del
hombre antes del pecado original, se trata aquí obviamente de una dimensión
interior, que escapa a los criterios externos de la historicidad, pero que, sin
embargo, puede ser considerada «histórica». Más aún, está precisamente en la
base de todos los hechos, que constituyen la historia del hombre también la
historia del pecado y de la salvación y así revelan la profundidad y la raíz
misma de su historicidad.
El hombre después de
haber roto la alianza original con su Creador recibe la primera promesa de
redención en las palabras del Génesis 3, 15 «Enemistad pondré entre ti y la
mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú
su calcañar». Este versículo es conocido como Protoevangelio, porque de alguna
manera preanuncia la buena nueva del evangelio, la victoria sobre Satanás
traída por Jesucristo, nacido de María, la redención que traerá Jesús para el
hombre histórico. Ya en el nuevo testamento Pablo presenta la perspectiva
de la redención en la que vive el hombre histórico cuando escribe «…también
nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros
mismos, suspirando por… la redención de nuestro cuerpo» (Rom 8, 23).
Fuente: Tomado de
Teología del Cuerpo de Juan Pablo II
*Reflexión:* ¿Qué debo hacer desde el estado de vida en que me encuentro
actualmente para mantener vigente en mí la disposición «lo que Dios ha unido no
lo separe el hombre»?
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