¿Pudieron haber robado el cuerpo
de Jesús?
Aquellos que se sienten incómodos ante la
afirmación de que Jesús ha resucitado y encuentran vacío el sepulcro en donde
había sido depositado, lo primero que se les ocurre pensar y decir es que
alguien había robado su cuerpo (cfr. Mt 28,11-15).
La losa encontrada
en Nazaret con un rescripto imperial donde se recuerda que es necesario
respetar la inviolabilidad de los sepulcros testimonia que hubo un gran revuelo
en Jerusalén motivado por la desaparición del cadáver de alguien procedente de
Nazaret en torno al año 30.
No obstante, el
hecho mismo de encontrar el sepulcro vacío no impediría pensar que el cuerpo
había sido robado. Pese a todo, causó tal impacto en las santas mujeres y en
los discípulos de Jesús que se acercaron al sepulcro, que incluso antes de
haber visto a Jesús vivo de nuevo, fue el primer paso para el reconocimiento de
que había resucitado.
En el evangelio
de San Juan hay un relato preciso de cómo encontraron todo. Narra que en cuanto
Pedro y Juan oyeron lo que María les contaba, salió Pedro con el otro discípulo
y fueron al sepulcro: «Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió
más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los
lienzos aplanados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el
sepulcro y vio los lienzos aplanados, y el sudario que había sido puesto en su
cabeza, no caído junto a los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en el
mismo sitio de antes. Entonces, entró también el otro discípulo que había
llegado antes al sepulcro, vio y creyó» (Jn 20, 3-8).
Las palabras
que utiliza el evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en el
sepulcro vacío expresan con vivo realismo la impresión que les causó lo que
pudieron contemplar. De entrada, la sorpresa de encontrar allí los lienzos. Si
alguien hubiera entrado para hacer desaparecer el cadáver, ¿se habría
entretenido en quitarle los lienzos para llevarse sólo el cuerpo? No parece
lógico. Pero es que, además, el sudario estaba «todavía enrollado», como lo
había estado el viernes por la tarde alrededor de la cabeza de Jesús. Los
lienzos permanecían como habían sido colocados envolviendo al cuerpo de Jesús,
pero ahora no envolvían nada y por eso estaban «aplanados», huecos, como si el
cuerpo de Jesús se hubiera esfumado y hubiera salido sin desenvolverlos,
pasando a través de ellos. Y todavía hay más datos sorprendentes en la descripción
de lo que vieron. Cuando se amortajaba el cadáver, primero se enrollaba el
sudario a la cabeza, y después, todo el cuerpo y también la cabeza se envolvían
en los lienzos. El relato de Juan especifica que en el sepulcro el sudario
permanecía «en el mismo sitio de antes», esto es, conservando la misma
disposición que había tenido cuando estaba allí el cuerpo de Jesús.
La descripción
del evangelio señala con extraordinaria precisión lo que contemplaron atónitos
los dos Apóstoles. Era humanamente inexplicable la ausencia del cuerpo del
Jesús. Era físicamente imposible que alguien lo hubiera robado, ya que para
sacarlo de la mortaja, habría tenido que desenvolver los lienzos y el sudario,
y éstos habrían quedado allí sueltos. Pero ellos tenían ante sus ojos los
lienzos y el sudario tal y como estaban cuando habían dejado allí el cuerpo del
Maestro, en la tarde del viernes. La única diferencia es que el cuerpo de Jesús
ya no estaba. Todo lo demás permanecía en su lugar.
Hasta tal punto
fueron significativos los restos que encontraron en el sepulcro vacío, que les
hicieron intuir de algún modo la resurrección del Señor, pues «vieron y
creyeron».
Bibliografía
M. Balagué, «La prueba de la Resurrección (Jn
20,6-7)»: Estudios Bíblicos25 (1966) 169-192;
Francisco Varo, Rabí Jesús de Nazaret (B.A.C.,
Madrid, 2005) 197-201.
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