El fenómeno del Camino tiene diferentes matices que confluyen en armonía. Es el itinerario de la Gran Perdonanza, desde el momento en que se extiende, hasta los confines del Orbe conocido, la insólita noticia del hallazgo de los restos del Apóstol Santiago, llegados a Padrón, por la Ría de Arousa, de una forma mistérica y sorprendente. Ruta de cumplimiento de severas penitencias, de grandes fatigas físicas, económicas y de todo tipo, incluido el riesgo de la vida misma por los peligros y desventuras que suponía.
Tocó al cristianismo introducir los cambios más decisivos y revolucionarios en la actitud de la sociedad hacia los enfermos. El cristianismo vino al mundo como la religión de curar, como la alegre doctrina del Redentor y de la redención. Se dirigía a los desheredados, a los enfermos y a los afligidos y les prometía curación, restauración física y espiritual. Esto no lo digo yo, católico confeso, sino el sabio socialista H. Sigerist, padre de la moderna Historia Social de la Medicina.
Esto hizo que el Camino, que propiciaba la limpieza del alma, se llenase de hospitales -muchos de ellos de las órdenes religiosas, a las que pertenecían la gran mayoría de los médicos del medioevo- para el cuidado del cuerpo, para asistir y alojar a los Peregrinos.
Tenemos ya, fines y medios vinculados al hecho religioso. Nadie, hasta nuestros días, emprendía el trayecto Jacobeo por otros motivos que no fuesen estos.
A pesar de que hoy se quiera envolverlo en una capa de laicismo más o menos deportivo, raro es el día en que no sale en los medios de comunicación algún peregrino que afirma haber sentido un cambio radical, una remoción interior, tras las jornadas de la ruta jacobea.
Ello, no obstante haber emprendido el Camino por los motivos más dispares. Si a ello se unen arte, historia, gastronomía, camaradería y vida sana al aire libre, tanto mejor.
Benedicto XVI dice, en su Encíclica Deus Caritas Est: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. ¿A quién quieren engañar por un falso pudor? A ningún otro sitio conocido va la gente, a millares, andando, sudando, pasando jornadas de esfuerzo, dolor y sacrificio; durmiendo en sitios incómodos, siendo, a veces, explotada por mercachifles sin escrúpulos, por puro deporte o turismo. ¿No será que hay en el fondo, un ansia de encuentro de dar respuesta a una llamada, a ese tener que ser de Ortega, a lo cristiano, aunque llegue de un modo tenue, casi imperceptible?
Ya que fines, medios y resultados se armonizan, recibamos a Benedicto XVI, sucesor del pescador Pedro, al frente de su Barca, como Santiago por la Ría de Arousa, con un Bienvenido, yo sí te espero, aquí, al final de este Camino de encuentro y perdonanza.
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