No me digan que no les ha sacado una sonrisa. Si no es así, mire de nuevo la foto con pausa. Ahora seguramente también le haya inspirado algo de ternura. Porque realmente es un momento entrañable. Una explosión de colores, sonrisas y contrastes. Quizás en otro momento alguien podría haber interpretado el gesto de este hombre de quitar al cardenal el solideo y posar con él como algo un pelín irrespetuoso. Pero las risas del Papa, del cardenal Konrad Krajewski y del resto de personas que aparecen en la captura demuestran que se trata de algo consentido en un ambiente totalmente festivo.
Esa larguísima y descuidada barba blanca no es capaz de tapar la sonrisa que cruza la cara de nuestro protagonista. La llamativa camiseta, flanqueada por las sotanas blanca y negra, compite con el rojo del solideo para acaparar la atención de los ojos del que observa. Pero en ese trayecto, uno se encuentra con su mirada emocionada y agradecida. La de un pobre que nota la mano del Papa a un hombro, la del cardenal al otro, y el abrazo de la Iglesia.
«Mira, don Corrado, que no he venido por ti ¡sino por todos ellos!», dijo el Santo Padre a Krajewski cuando se presentó por sorpresa en la cena con la que el Limosnero Pontificio celebraba la púrpura recibida. Acompañaban al cardenal 280 pobres, refugiados y expresidiarios. El Papa estuvo allí dos horas, hablando con todos y escuchando sus historias personales. Vidas cargadas de sufrimiento, pero también de esperanzas. Compartirlas, comprobar que le importan a alguien, verse arropados y sentirse queridos fue lo más nutriente de la cena en la que Francisco comprobó cómo los que menos tienen sienten la necesidad «de ayudarse unos a otros». Estas son las fiestas que gustan al Papa: humildes, generosas y en las que lo importante no es recibir un regalo, sino entregar el tiempo y el corazón a quienes más lo necesitan. Y así, a través de ellos, servir a lo que significa el solideo: solo a Dios.
Pedro J. Rabadán
Tomado de Alfa&Omega, fecha de publicación: 05 de Julio de 2018
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