viernes, 3 de junio de 2011

Juan Pablo II por el Cielo, como siempre!

Hoy hace un mes…estaba en Roma y tras la proclamación oficial de Benedicto XVI en la que declaraba Beato a su predecesor recordé mirándola de lejos la campana de la fachada de la basílica de San Pedro que en la noche del 2 de abril de 2005 anunciaba triste la muerte de Juan Pablo II. Han pasado seis años y esa misma campana y todas las de aquel templo que lo alojaron, repicaron felices de verlo elevado a los altares.

Mis abundantes recuerdos de Juan Pablo II se condensan en la grandeza de su debilidad. Todos tenemos un sinfín de imágenes suyas que, gracias a la radio y a la televisión (incluso de internet), llegó a todos los rincones de la Tierra. Estando de nuevo en la plaza de San Pedro o la víspera en el circo Massimo pude sentirle muy cerca. Lentamente; como sucedió en sus primeros años el Papa volvió a ganar el corazón de cuantos estábamos allí para Jesucristo. La alegría de su colaborador el ahora Papa Benedicto XVI, la numerosa presencia de monarcas y jefes de estado, cardenales, obispos, sacerdotes y gente sencilla es un signo elocuente de su huella en el mundo.

El “Papa polaco” de los primeros años fue pasando lentamente a ser “nuestro papa”. Al ver descubierto su tapiz, ante la mirada de más de un millón de personas, con su gesto habitual su expresión dice que cuenta con nosotros: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Como nuestro amigo del alma ha recuperado la sonrisa que desarmó a todos en sus viajes, que vuelve a brillar en sus ojos la chispa cómplice de los primeros años; que su voz es otra vez la de entonces: el vozarrón que cantó O sole mio acompañado por un coro de doscientos mil napolitanos y la que retumbó, al comienzo de su pontificado:

“¡No tengáis miedo!, ¡abrid de par en par las puertas a Cristo!”, que podían leerse en la columnata.


El Beato Juan Pablo II está dispuesto a caminar con nosotros, para seguir viajando por el mundo. Regresará a los países en los que estuvo durante los últimos años y también a los que no pudo visitar porque no le dejaron. Llegará por el Cielo, como siempre. Y, de rodillas besará la tierra en cada aeropuerto, y abrazará a los niños, hablará con las autoridades, cantará con los jóvenes, predicará en cien lenguas y entrará, delicadamente, pidiendo permiso, en el corazón de los que quieran recibirle.

Las campanas de esta parroquia repicaron alegres a esa hora como tantas otras en toda la tierra; en cada uno de los pueblos de los cinco continentes. En Roma se sentía la alegría de una ciudad que se había preparado con orgullo para este acontecimiento. Me imagino al Papa feliz en el cielo sintiendo que la vieja Europa quiere volver a ser ella misma reemprendiendo el vuelo desde sus raíces cristianas.


¿Cómo condensar en unas líneas lo que allí vivimos? El Papa está realmente en el corazón de millones de hombres y mujeres de todo el mundo. ¿Es que somos capaces de imaginarlo lejos de aquí? El Papa de mi infancia, de mi juventud, de mi seminario, de casi los dos primeros años de mi vida de cura está con Dios, ¡por supuesto!, y precisamente por eso está también donde siempre ha querido estar, con los suyos: con nosotros.

Buena semana a todos,

José Luis.

1 de junio de 2011

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