En el correo
electrónico de la parroquia se recibió este mensaje. Parece
ser que es un recorte de un periódico escaneado, con fecha abril de 2006. El
autor es Francisco García Pérez, a quien no tengo el gusto de conocer.
Verdadera o falsa, la historia tiene la
coña suficiente (permítaseme esta licencia)
para echarse unas risas y reflexionar. Va dirigido a todos. Os deseo un
buen martes 13 mientras me peleo con algunas fotos para el calendario de la
Parroquia del año 2013, precisamente.
La profesora echó un vistazo por el ventanuco
desde el que se divisaba una esquina de La Caleta de Cádiz. Daba clase en un
colegio de la provincia, y, aunque era sevillana cerrada, los gaditanos le
encantaban. Encima de la mesa de su estudio, unos cien exámenes para corregir.
No se dejó invadir por la pereza, se sirvió un té frío y se sentó a la tarea.
Antes, una última ojeada a la luz inmensa sobre el mar.
Los ejercicios, 4.º de la ESO, trataban sobre las
lenguas peninsulares y alguna cuestión de cultura general que había conseguido
ir metiendo con calzador a los chavales: un poco de arte, unas pinceladas de
historia.
Leyó el primero: «Los versos utilizados en España
antes del Renacimiento eran, mayormente, el dodecaedro y el octoedro». ¡Virgen
Santa del Rocío! Tachó la respuesta, pero incorporó un «jajajá» con el rotulador
rojo en el margen. No se desmoronó. En el tercero de los folios, se afirmaba
literalmente: «El euskera es una lengua bilingüe». Se quitó las gafas, se
masajeó las sienes: no podía ser cierto. Pero lo era, porque, según otro alumno:
«El euskera se cree que llegó del Cáucaso [sic] con una familia de inmigrantes».
Y todo ello, claro, escrito en lo que quería ser un andaluz fonético. Por
ejemplo: «El gallego es de origen griego derivado del latín», que aparecía como
«er gayego e dorihen jriego deribao der latín».
De pronto, una respuesta le hizo fijar su
atención de modo especial: «Tululo III». Allí estaba, como contestación a la
pregunta número 12. «Tululo III». ¿Tululo Tercero?, se preguntó, ¿pero cuándo
hablé yo de un Tululo Tercero? ¿Qué habría entendido aquella alma cándida?
Preocupada, repasó la lista de reyes, de papas. ¿Tululo Tercero? ¿Acaso había
querido decir Tululo Tres? Es posible, pero ¿quién es Tululo Tres, en todo caso?
Ya está, pensó, este elemento metió aquí a algún cantante de moda o a algún
personaje de «Gran hermano», a algún Camilo Sesto moderno, armándose un taco. Se
preparó otro té, más frío aún. Sonrió recordando aquel gazapo de un periódico
que puso como pie de foto «Inocencio Díez» bajo una reproducción del retrato
velazqueño del Papa Inocencio X.
Ahí fue cuando se le encendió la bombilla.
Recordaba, en efecto, haber explicado algo de pintores famosos en una de las
clases. Recordó enseguida que había insistido mucho en que prestaran atención,
que aquello iba a ser asimismo materia de examen, que guardaran silencio. Sí,
incluso había llevado diapositivas al aula. La intuición le fue creciendo dentro
como un irresistible golpe de mar. Algo tenía que ver el «Tululo III» de los
demonios con aquella jornada. Algo, pero qué. Agitada, fue en busca de la
cartera donde guardaba las preguntas del examen que había puesto. Encontró la de
marras y aún quedó más perpleja. La había formulado así: «Escribe el nombre de
algún pintor francés famoso». Y Tululo III ¿qué tenía que ver con eso? Ella
misma fue repasando en su memoria los artistas franceses: Monet, Manet,
Pissarro, Sisley, Morisot, Delacroix, Renoir, Cézanne, Gauguin.
Cuando cayó en la cuenta, hubo de sentarse de
golpe en el sofá. Aquella clase se le vino al punto, imagen tras imagen, palabra
tras palabra: «A ver, niños, hoy vamos a estudiar a un pintor muy bohemio y muy
bueno que se llama Toulouse Lautrec». Y,
claro, ¿cómo pronuncia esa frase una sevillana adoptada por Cádiz? Muy sencillo:
«Vamo a estudiá a un pintó mu bohemio y mu güeno que ze yama Tululotré». Y el
niño, sabedor de Felipes III, de Carlos III, de Abderramanes III, de tanta gente
que ha sido III en la historia, no tuvo duda al copiar en su cuaderno el nombre
del artista: «Tululo III». ¡Ole y ole, chaval!