domingo, 25 de noviembre de 2012

Juan se nos marchó al Cielo

Un día cualquiera en Caritas



Estaba esperándome.
Yo empezaba mi tarea de “cura” en estas tierras. Y Juan estaba esperándome para saludarme. Se acercó a la sacristía conmigo y se me presentó: “Me llamo Juan. Entre mis muchas aficciones está la de leer en público; con tus predecesores ya lo hacía”, “te has metido en un buen lío, esta parroquia es mucho para un curita tan joven”. Le dije que ya no lo era tanto pero en mi mente sus canas elegantemente peinadas y su barba cuál filósofo griego contrastaban con su chaqueta marrón de sport, pantalón de pana y una voz de hombre sabio. Juan me preguntó mi nombre; se brindó a ayudarme en todo lo que yo necesitase en mis tareas parroquiales y me dio la mano como si yo fuese muy importante. Me invitó a un café en repetidas veces y únicamente en tres pudimos tomarlo aunque para trabajar nos vimos muchas más. Aquel saludo cordial y respetuoso puede parecer poca cosa, pero fue mi primer encuentro con un hombre bueno y fiel que ayer sábado se nos marchó al Cielo.
Juan José Lojo es un hombre trabajador y cumplidor. Pasados los meses se dejó embarcar en una aventura caritativa cuando le dije que había pensado en él para la tarea de administrador de la Cáritas de esta parroquia. Su audacia y generosidad no me admiten ahora mismo ninguna duda. Son un grupo de voluntarios unidos por el afán de hacer el bien. Guardo buenos recuerdos de él: era un poeta. En ocasiones me dejó leer sus creaciones. Algunas de ellas, las comentamos en un mano a mano literario. Si las encuentro prometo colgar aquí una parte de sus poesías que llegó a entregarme.

Cada semana le gustaba leer en público, desde hace un año más o menos sacaba sus gafitas de biblioteca y leía en la Gran Biblioteca que es la Biblia con una solemnidad que nos acercaba al autor de aquellas palabras. Pasó el tiempo, se implicó en Cáritas con intensidad; a mí me parece que incluso él rejuvenecía al tiempo que aumentan mis canas. Cuando hubo algún problema se mantuvo en su sitio con una lealtad de hombre de los de verdad. Ahora le pido perdón por no haberle dado las gracias antes.

Su corazón fue cansándose sin que apenas nos diéramos cuenta, hasta que esta mañana su hermano –otro lector infatigable- me contó que ayer en el viaje que tanto nos anunció a los amigos se le paró. Se hacía difícil no quererlo por su constancia en la palabra dada y su inteligencia siempre dispuesta para obrar a favor de los demás. Una tarde de lluvia me contó que lo único que había hecho aquel día en la acogida del punto de atención de Caritas había sido escuchar las penas de una joven madre de familia. Le dije que escuchar no es lo único que hacemos sino lo más importante…guardó silencio y añadió: ¡Qué razón tienes!
Sólo un día lo vi emocionarse. La noche de Pascua; después de leernos con su señorío el relato de la creación y del paso del mar Rojo después de la Vigilia me dijo que aquel día era su aniversario de boda con Cuca. Yo le pedí al coro que nos acompañaba durante el chocolate con cantos profanos que le dedicasen una canción. Le dio un beso a Cuca, luego un abrazo a mí. Al soltarme le miré a los ojos y me lo dijo todo en aquella mirada.

El Señor le está esperando en el Cielo para darle un gran abrazo como el que me dio a mí él la noche de la Resurrección de Cristo.
En las misas de hoy y ahora en la oración de la tarde lo he tenido muy cerca.