miércoles, 29 de febrero de 2012

Via Crucis: 8ª estación


Octava Estación

La Verónica en­juga el rostro de Jesús

«Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no llo­réis por mí, llorad por vo­so­tras y por vues­tros hijos”» (Lc 23, 27–28).
«El Señor lo guarda y lo con­serva en vida, para que sea di­choso en la tierra, y no lo en­trega a la saña de sus enemigos» (Sal 41, 3).
Le se­guía una mul­titud del pueblo y un grupo de mu­jeres que se gol­peaban el pecho y se la­men­taban llo­rando. Jesús se volvió y les dijo: «No llo­réis por mí, llorad por vo­so­tras y por vues­tros hijos». Llorad, no con llanto de tris­teza que en­du­rece el co­razón y lo pre­dis­pone a pro­ducir nuevos crí­menes… Llorad con llanto suave de sú­plica, pi­diendo al cielo mi­se­ri­cordia y perdón. Una de las mu­jeres, con­mo­vida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y sa­li­vazos, sorteó va­lien­te­mente a los sol­dados y llegó hasta Él. Se quitó el pa­ñuelo y le limpió la cara sua­ve­mente. Un sol­dado la apartó con vio­lencia, pero, al mirar el pa­ñuelo, vio que lle­vaba plas­mado el rostro en­san­gren­tado y do­liente de Cristo.
Jesús se com­pa­dece de las mu­jeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plas­mado su rostro, que evoca el de tantos hom­bres que han sido des­fi­gu­rados por re­gí­menes ateos que des­truyen a la per­sona y la privan de su dignidad.

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