miércoles, 29 de febrero de 2012

Via Crucis: 13ª estación


Decimotercera Estación

Jesús en brazos de su madre

«Una es­pada te tras­pa­sará el alma» (Lc 2, 34).
«Ved si hay dolor como el dolor que me ator­menta» (Lam 2, 12).
Aunque todos somos cul­pa­bles de la muerte de Jesús, en estos mo­mentos tan do­lo­rosos la Virgen ne­ce­sita nuestro amor y cer­canía. Nuestra con­ciencia de pe­ca­dores arre­pen­tidos le ser­virá de consuelo.
Con ac­titud fi­lial, si­tué­monos a su lado, y apren­damos a re­cibir a Jesús con la ter­nura y amor con que ella re­cibió en sus brazos al cuerpo des­tro­zado y sin vida de su Hijo. «¿Hay dolor se­me­jante a mi dolor?»
Y, mien­tras pre­pa­raban el cuerpo del Señor según se acos­tumbra a en­te­rrar entre los ju­díos (Jn 19, 40) para darle se­pul­tura, María, ado­rando el Misterio que había guar­dado en su co­razón sin en­ten­derlo, re­pe­tiría con­mo­vida con el profeta:
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he mo­les­tado? ¡Respóndeme!» (Mq 6, 3).
Al con­tem­plar el dolor de la Virgen, ha­cemos me­moria del dolor y la so­ledad de tantos pa­dres y ma­dres que han per­dido a sus hijos por el hambre, mien­tras so­cie­dades opu­lentas, en­gu­llidas por el dragón del con­su­mismo, de la per­ver­sión ma­te­ria­lista, se hunden en el nihi­lismo de la va­ciedad de su vida.

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