miércoles, 29 de febrero de 2012

Via Crucis: 14ª Estación

Azulejos en los que se inspira el viacrucis de la capilla de Lapido (Ortoño)


Decimocuarta Estación

Jesús es co­lo­cado en el sepulcro

«Y como para los ju­díos era el día de la Preparación, y el se­pulcro es­taba cerca, pu­sieron allí a Jesús» (Jn 19, 42).
«José de Arimatea rodó una piedra grande a la en­trada del se­pulcro y se marchó» (Mt 27, 60).
Por la pro­xi­midad de la fiesta, se dieron prisa en pre­parar el cuerpo del Señor para co­lo­carlo en el se­pulcro que ofre­cieron José y Nicodemo. El se­pulcro era nuevo, a nadie se había en­te­rrado en él.
Una vez co­lo­cado el cuerpo sobre la roca, José hizo rodar la piedra de la puerta, que­dando la en­trada to­tal­mente ce­rrada. Si el grano de trigo no muere…
Y, des­pués del ruido de la piedra al ce­rrar el ac­ceso al se­pulcro, María, en el si­lencio de su so­ledad, aprieta la es­piga que ya lleva en su co­razón como pri­micia de la Resurrección.
En esta es­piga re­cor­damos el tra­bajo hu­milde y sa­cri­fi­cado de tantas vidas gas­tadas en una en­trega sa­cri­fi­cada al ser­vicio de Dios y del pró­jimo, de tantas vidas que es­peran ser fe­cundas unién­dose a la muerte de Jesús.
Recordamos a los buenos sa­ma­ri­tanos, que apa­recen en cual­quier rincón de la tierra para com­partir las con­se­cuen­cias de las fuerzas de la na­tu­ra­leza: te­rre­motos, hu­ra­canes, maremotos…

Oración del Papa a la Virgen

«Madre y Señora nuestra, que per­ma­ne­ciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al con­cluir este Vía Crucis, po­nemos en ti nuestra mi­rada y nuestro co­razón. Aunque no somos dignos, te aco­gemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te re­ci­bimos como Madre nuestra. Te acom­pa­ñamos en tu so­ledad y te ofre­cemos nuestra com­pañía para se­guir sos­te­niendo el dolor de tantos her­manos nues­tros que com­pletan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, en­juga sus lá­grimas, sana sus he­ridas y acre­cienta su es­pe­ranza, para que ex­pe­ri­menten siempre que la Cruz es el ca­mino hacia la gloria, y la Pasión, el pre­ludio de la Resurrección».

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