ORAMOS A UN DIOS PADRE
El rasgo más original de la
oración cristiana proviene del mismo Jesús, que nos ha enseñado a invocar a
Dios como Padre. La oración del cristiano es un diálogo con un Dios personal
que está atento a los deseos del corazón humano y escucha su oración. Orar teniendo
como horizonte a Dios Padre es invocarle con confianza filial.
Jesús siempre se dirigió a
Dios llamándolo “¡Abba!, ¡Padre!”. Y, fieles a ese
espíritu, también nosotros, sintiéndonos “hijos en el Hijo”, nos atrevemos a
decir lo mismo. El cristiano no reza a un Dios lejano al que hay que decirle
muchas palabras para informarle y convencerle. Esa oración, según Jesús, no es
propia de sus discípulos. Oramos a un Padre bueno que nos ama sin fin: “Si vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡Cuánto más vuestro
Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mateo 7, 11).
Orar
a un Dios Padre no infantiliza. Al contrario, nos hace más responsables de
nuestra vida. No rezamos a Dios para que nos resuelva los problemas. Oramos y
vigilamos para fortalecer nuestra carne débil y disponernos mejor a cumplir su
voluntad. No se trata de seducir a Dios,
sino de dejarse seducir por Él, confiar en Él, abandonarse en Él.
Fuente: El Taco
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