domingo, 10 de enero de 2016

Domingo del Bautismo de Cristo


“Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: -«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».”
El textos destaca la predilección y el amor de Dios por quien aparece como Hijo amado. Así señala sin duda, a quien de manera exclusiva nos revela la identidad divina, -“Jesucristo es la manifestación del rostro misericordioso de Dios”-. Sin embargo por pura gracia, el ser humano recibe en el Hijo amado, la dignidad de ser también, en Él, amado de Dios.
San Pablo nos llega a decir: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión…” (Col 3, 12). En esta experiencia, el creyente encuentra la razón para su entrega, como aconteció en los tiempos de Juan el Bautista. El bautismo es el sacramento que nos introduce en la corriente del amor de Dios. Gracias al bautismo, somos hijos de Dios, por adopción, y no es pretencioso sentirnos amados por Él.
Cuando uno siente que le ama otra persona, se mueve a reciprocidad. Quizá hemos reducido el bautismo a un rito, más que a una acogida del ofrecimiento que nos hace Jesucristo de unirnos a Él, de hacernos miembros de su familia, y así poder invocar a Dios como Él lo hizo: “Padre”.
Una posibilidad actual de reavivar el bautismo es celebrar la misericordia del Señor. Precisamente, este Año de la Misericordia, el papa Francisco ha abierto las puertas del perdón, de los tesoros de gracia acumulados en la Iglesia por los méritos de Jesucristo y de todos los santos.
Tenemos la posibilidad de renacer por el agua y el Espíritu, por la entrañable misericordia de nuestro Dios. No dejes pasar la oportunidad de la gracia.
Ángel Moreno de Buenafuente

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