Con la llegada del nuevo año, el
2012, todo empezó a precipitarse de un modo vertiginoso. El proceso de
envejecimiento que sufre una persona
desde los 70 a los 100 años, él lo vivió en apenas medio año. Pero siempre con
una gran sonrisa y mucho amor dado y recibido.
Para la familia era demoledor ver
como cada día Jesús ya no era la persona que era el día
anterior. Pero ni el cansancio, ni el desánimo, ni la debilidad hicieron mella.
Siempre a su lado. Su familia lo dejó todo (todo) por acompañarle hasta el
final y hacer que su vida fuera cada día una ilusión, un juego, mil sonrisas…
Pasó un verano con muchas complicaciones. Con la única excepción del día 23 de julio, el día del cumpleaños de su hermana, en el que, por un día, volvió a ser el niño que era antes: lleno de vida, de jovialidad, de risas… Quiso ir a la playa y lo llevaron a Cabío. Incluso fue un día soleado, con calor pero no en exceso, y el agua del mar parecía la de nuestro amado mediterráneo. Fue una cadena de sincronicidades que fue el mejor regalo que les pudo dar. Era como si estuviera diciendo a su familia y, en especial a su hermana: “Es así como quiero que me recuerdes el resto de los días de cumpleaños que vivas”.
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