Este vídeo es genial. Hoy empieza el Adviento. Si hubiera que
resumirlo en dos palabras yo diría que este tiempo es una espera alegre.
La verdadera alegría dicen que nace de
buscar cumplir la voluntad de Dios. Cierto que somos pecadores pero al
prepararnos para la Navidad dejamos que Jesucristo se acerque a nosotros. En el
sacramento de la Penitencia igual que en el de la Eucaristía pasa eso.
La primera lectura de la misa de este
domingo recoge una oración dirigida en nombre de los israelitas, que tantas
veces habían sido infieles a la alianza de amor que Dios había establecido con
ellos. Isaías reconoce las ofensas cometidas y pide perdón, consciente de una
realidad que es y será siempre la fuente máxima de confianza: somos hijos de Dios. Es una oración que
podemos hacer nuestra, porque se adapta perfectamente a las necesidades de cada
uno.
Tú,
Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor. Señor, ¿por
qué, has permitido que nos alejemos de tus caminos y dejas endurecer nuestro
corazón para que no te temiésemos? ¡Vuélvete, por amor a tus siervos... Ojalá
rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia. (Primera
lectura —Is 63, 16-19—).
Lo que el profeta deseaba ardientemente pasó hace dos mil años cuando Jesucristo se hizo hombre. Nuestra esperanza tiene un porqué: Jesús, el Verbo eterno, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se ha hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María.
El Adviento es tiempo de fervorosa esperanza. Pero también nos propone, sobre todo en las primeras semanas, la necesidad de no dejarse llevar por la mediocridad y la tibieza. «Velad y estad preparados —nos dice hoy Jesús en el Evangelio—, porque no sabéis cuándo llegará el momento» (Mc 13,33): es decir, el momento en que el Señor nos pedirá cuenta de nuestra vida, de cómo hemos gastado los dones recibidos.
En el primer domingo de Adviento, la
Iglesia nos transmite esta enseñanza con las palabras de Jesucristo en el
Evangelio: «es como un hombre que al
marcharse de su tierra, y al dejar su casa y dar atribuciones a sus siervos, a
cada uno su trabajo, ordenó también al portero que velase. Por eso: velad,
porque no sabéis a qué hora volverá el señor de la casa, si por la tarde, o a
la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; no sea que, viniendo de
repente, os encuentre dormidos. Lo que a vosotros os digo, a todos lo digo:
¡velad!»(Mc 13, 34-37). Buen domingo a todos.
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