lunes, 7 de febrero de 2022

Diálogo sobre los mandamientos (Capítulo 1, b)

Capitulo i. la vida moral del cristiano

¿Qué diferencia hay entre un creyente y un practicante?

todos conocemos gente que es creyente y practicante, y otros que son creyentes pero no practican, y ciertamente no es lo mismo. La verdad es que no resulta fácil de entender cómo una persona puede ser creyente y no practicante, porque eso equivale a no ser coherente con las propias convicciones o principios que deberían guiar su conducta. La gente valiosa adquiere compromisos que luego cumple aunque le cuesten, y más cuando se trata de cuestiones importantes, como la religión y la moral. La palabra dada compromete a la persona, lo más valioso que cada uno es en realidad. Solamente desde la falta de formación, uno se puede declarar no practicante porque, en realidad, no es creyente de veras, al menos en el sentido cristiano de la palabra “creer”.

En primer lugar puede darse esa especie de esquizofrenia cuando alguien no se adhiere de verdad a Jesucristo, porque creer significa seguirle aceptando toda su vida y sus enseñanzas, pues de lo contrario no sería discípulo. En segundo lugar y dependiendo de la total adhesión a Jesús creer significa adherirse a todas las verdades contenidas en el Credo que proclamamos en comunión con la Iglesia. En dependencia de esas verdades de salvación admitimos, además, los medios de santificación que nos permiten cumplir la Voluntad de Dios, como son los Sacramentos de la gracia recibidos en la comunión eclesial, en unión con el Papa y los Obispos, y los demás fieles de la Iglesia. Solo de este modo el católico, y en sentido más amplio el cristiano, puede cumplir los diez Mandamientos de la Ley de Dios.

otra cosa distinta es que cueste vivirlos con fidelidad, como cuesta vivir la virtud y todo lo que vale la pena en la vida todo lo que es coherente con nuestra vocación de hijos de Dios. Eso lo saben todos los verdaderos creyentes y los santos han dado ejemplo de humildad para reconocer a la vez su debilidad y el poder de Dios. Han confiado en los dones de Dios que les da capacidad sobrehumana para ser testigos fieles de Cristo, para difundir la fe con heroísmo, y para ser inmensamente alegres en medio del sufrimiento y de la Cruz. Piensa en algunos de ellos, como san Juan, san Agustín, santo Tomás Moro, santa Teresa de Lisieux o san Josemaría Escrivá. Y sobre todo, la Santísima Virgen. Y si quieres mirar a otros que luchan ahora muy cerca de nosotros, piensa en Juan Pablo II o en la Madre Teresa de Calcuta. En suma, la gracia de Dios y la correspondencia personal lleva a ser coherentes y practicar lo que creemos, porque la adhesión a Jesucristo no admite fisuras –no seríamos discípulos más que de nombre- y Dios cuenta con nuestras debilidades si somos humildes para regresar siempre como el hijo pródigo.

Fuente: Jesús Ortiz, Diálogo sobre los mandamientos. Madrid, 2004.

No hay comentarios: